Voz de tinta
Jorge Pacheco Zavala
La gratificante experiencia de vivir sumergido en la palabra es única e incomparable. Para habitar en las letras, se hace necesario decidir vivir para las letras. Primero se vive para las letras, después se vive en las letras y, mucho después, se vive de las letras. “No solo de pan vivirá el hombre”. La palabra también nutre el alma, lo mismo que lo hace la comida con el cuerpo.
Hay algo en la palabra que nos insta a quedarnos, a permanecer, a ser inamovibles, a pesar de los desafíos y desatinos, a pesar de los fracasos y las descalificaciones de nuestros detractores. Sin embargo, hay en la palabra un eco que nos llama en la lejanía de nuestras memorias más antiguas. Es una voz que reconocemos como nuestra, en donde la raza o la ideología no interviene de ningún modo y bajo ninguna circunstancia.
Es nuestra misma voz lanzada al aire por un osado constructor artista. Somos nosotros mismos llamándonos con un santo y una seña cifradas en la palabra; existencia ancestral que arde al redoble de un verso o al dramático espasmo de una muerte prematura.
Celebramos en este mes el octavo aniversario de Voz de Tinta, un espacio creado para hacer fecunda la palabra escrita y volver al origen. Parece poco tiempo; sin embargo, sobrevivir en una época en la que se lee poco, y ser además testigo de los escenarios en que los pseudoescritores son vedetes más que creativos constructores de historias, me hace pensar en el valor que la literatura tiene. El valor de la palabra. El valor para enfrentar la palabra. El valor y la valentía que se necesita para respaldar la palabra.
Un día decidí mudarme a vivir en la palabra. Y descubrí que la palabra tenía una voz y un significado, y vi que de esa voz manaba un líquido como la tinta, y pude imaginar y crear mundos que ni aun los sueños me habían permitido concebir. Y así nació la luz al interior de la palabra…