Fotografía: Guillermo Castillo

El mercado Lucas de Gálvez en un ente vivo, dentro de él converge una gran variedad de colores, olores, sabores, pero sobre todo de historias de sus protagonistas, los y las locatarias que a diario buscan llevar el sustento a sus familias. Una de esas personas es José Alberto Cervera Pinelo, restaurador de arte sacro de tercera generación, quien ha pasado la estafeta de ese noble oficio a su hija Perla que, en compañía de su padre, revitaliza la fe de fieles que dejan en sus manos la preservación de su objeto de veneración.

El abuelo, luego el padre de don José Alberto, iniciaron el oficio en uno de los principales pasillos del Lucas de Gálvez. Aún recuerda tener unos escasos años de edad, andar corriendo de aquí para allá en esa central de abastos que hace unos años era de madera. Con el paso de los años, el espacio ha cambiado, incluso muy recientemente. El paso del tiempo dejó maestría en las manos del restaurador, quien compartió un poco de su tiempo con este rotativo.

Don José Alberto viste de unos lentes de trabajo, los cristales y el armazón se ven son despintados para el trabajo, pues se observan manchas de pintura, lo mismo con la ropa que se nota cómoda para realizar la faena de todos los días.

En la actualidad tiene 65 años, dice que empezó a aprender el oficio muy joven, a los 10 años de edad. Comentó que a esa edad aún lo llevaban los gendarmes -la policía- al establecimiento del abuelo, pues se solía perder en los pasillos de ese extinto mercado de madera.

Con el paso de los años y camino a dominar el oficio de la restauración de arte sacro, se ha dado cuenta de la tecnología no solo ha cambiado en lo que tiene que ver con la tecnología o con la ciencia médica, sino también para los elementos para desempeñar su ocupación han sido modificados. Recordó que en antaño se utilizaban pinturas a base de polvos minerales, los cuales tardaban mucho en secar y por consiguiente entregar el trabajo; aspecto que es radicalmente distinto en estos tempos, basta un par de minutos.

Comentó que incluso los materiales de los que están hechas las imágenes han cambiado, pues antes se podía encontrar de madera, cerámica, yeso, barro, ahora algunas de ellas son elaboradas de resinas plásticas.

Don José Alberto advirtió que, si bien el avance en las imágenes puede ser positivas, detecta un aspecto que no los es tanto, y es que advirtió que desde el mercado asiático se elaboran piezas a gran escala, de plástico y por consiguiente de mala calidad.

El restaurador también dice que el oficio se ha modificado con el paso del tiempo, ya que desde hace unos años para aquí no solo han llegado imágenes de la fe religiosas, sino también de aquellos devotos de la Santa Muerte. Dijo que empezó a reparar las imágenes de la Niña Blanca, pero luego de un acto de reflexión y atendiendo a su catolicismo decidió a partir de este año no tomar más este tipo de trabajos.

Todo el aprendizaje de don José Alberto ha fue guiado por su abuelo y padre respectivamente, más el aprendizaje que el mismo ha podido generar desde el empirismo, ahora este cúmulo de conocimiento se lo ha entregado a su hija Perla quien en ese puesto que no mide más de un metro y medio por dos se erige en el mercado Lucas de Gálvez.

Perla le apasiona el oficio que viene desde hace tres generaciones, toma las imágenes con sumo cuidado, las pinta, atiende a los clientes, incluso señala que su aprendizaje ha sido duro, pese a los lazos sanguíneos don José Alberto siempre fue muy estricto, pero los resultados de esa disciplina se pueden ver en los resultados.

Perla incluso estudió para ser maestra de preescolar, también gastronomía, pero el llamado fue contundente, ahora es una joven restauradora que da continuidad a tres generaciones de artistas que en el mercado Lucas de Gálvez ofrecen sus servicios a partir de las 8 de la mañana.

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