Héctor Zagal

Hace cuatro años, un 9 de enero precisamente, falleció la primera persona a causa de Covid-19. El gobierno chino, sin embargo, dio a conocer la noticia dos días después. El mercado Huanan de Wuhan, donde se reportó la primera víctima de este virus, ya estaba cerrado desde principios de año. Aun así, la cuarentena no inició en la región hasta el 23 de enero. Eran las primeras consecuencias de una pandemia que paralizaría al mundo.

Los años más tormentosos de la pandemia fueron sin duda 2020 y 2021. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los excesos de mortalidad en aquellos años fueron de 4.47 y 10.36 millones, respectivamente. Esto quiere decir que casi 15 millones de personas murieron contagiadas de Covid-19 o por alguna razón relacionada indirectamente con esta enfermedad como, por ejemplo, no ser atendido debidamente en un hospital por culpa de la saturación.

Fue también en aquellos años cuando se divisaron las primeras las luces al final del túnel. A diferencia de quienes perecían por los bulbos de la peste negra, nosotros tuvimos una gran arma: la ciencia. El cubrebocas contuvo hasta donde fue posible la disipación del virus. Se hizo en buena medida parte de nuestro nuevo outfit. ¿No llegaron a pensar lo raro que era salir antes a la calle sin él?

De igual forma, para finales del 2020 se autorizaron las primeras vacunas contra el Covid-19. Aquí en México, las primeras vacunas llegaron antes que el Niño Dios, el 23 de diciembre de 2020.

Las grandes campañas de vacunación se dieron en la primera mitad de 2021. Para la otra mitad, algunas actividades regresaron parcialmente a la normalidad. Recuerdo, por ejemplo, que las aulas se llenaron de nuevo de alumnos y monitores donde tomaban clases quienes aún se refugiaban en sus casas. La modalidad híbrida recordaba una frase que resonó hasta el cansancio en noticieros y programas de todo tipo: “Regresamos a una nueva normalidad que ya nunca será normal de nuevo”.

La pandemia terminó el 5 de mayo de 2023, cuando la OMS declaró el fin de la emergencia sanitaria internacional. No ha pasado ni un año. Sin embargo, a pesar de que dijimos adiós a la pandemia, dijimos hola al Covid-19 como nueva enfermedad infecciosa.

A mí me parece que, en efecto, la pandemia fue una tragedia, una crisis que nos causó duelo. Pero también me parece que, dentro de las etapas de ese duelo, nos quedamos estancados en la negación.

Hoy vivimos como si no hubiera pasado nada. Así como en 1582, la gente de los países católicos se fue a dormir un 4 de octubre y amaneció el 15, así nosotros dormimos en 2019 y amanecimos en 2023. El cubrebocas, al igual que aquellos años de encierro, intentan guardarse en el olvido.

Sigue habiendo heridas que no se olvidan, personas que ya no regresarán y oportunidades que no volveremos a tener; pero sobre todo, sigue habiendo la responsabilidad de cuidarnos. El Covid-19 sigue estando afuera, al igual que lo están las vacunas y los medios de protección. Ignorarlos sería entonces confirmar que aquellos años estuvieron perdidos.

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