Juan Carlos Rojo Carrascal
En el mundo, el regreso de las bicicletas al espacio urbano ha sido complejo. Se permitió a los automóviles ganar la mayoría del espacio en la vía pública y no será fácil devolverlo a las personas que deciden prescindir de ellos. Ciudades bicicleteras como Ámsterdam, Copenhague, Berlín o Barcelona son casos inspiradores donde queda claro que la bicicleta no se asocia a un tema de pobreza, sino de conciencia ambiental, social y de suma de voluntades para lograr cambios significativos en la salud de las personas, el paisaje de las ciudades y el impacto ambiental en el territorio donde vivimos.
Las bicicletas llegaron a las ciudades antes que los automóviles, fue uno de los vehículos más populares al final del siglo diecinueve que alternaba con los carruajes y las caminatas como formas de movilidad urbana. El automóvil apareció con el siglo veinte y en pocas décadas transformó el espacio público a su favor a tal grado de “arrinconar” a los peatones en pequeñas banquetas y nulificar en los ciclistas sus posibilidades de pedalear sin correr peligro. Las bicicletas nunca desaparecieron de la ciudad, aunque si fueron desplazadas a la periferia o casi exclusivamente al medio rural donde no tienen tanta competencia por el espacio público.
Mérida no fue la excepción como muchas ciudades mexicanas, que a medida que fueron creciendo, fueron ampliando sus vialidades, incrementando sus velocidades y con ello, complicando a los ciclistas la posibilidad de circular. Así como se inventaron las banquetas, luego se inventaron las ciclovías, para ofrecer seguridad a peatones y ciclistas mediante la segregación de las vialidades y así facilitar la vida a los automovilistas que cada vez tienen más prisa en la ciudad. No son solo unas amplias banquetas y modernas ciclovías lo que les dará seguridad a peatones y ciclistas sino la aceptación por parte de los automovilistas de que todos somos usuarios de la vía pública y si en ella alguien sigue teniendo prioridad son precisamente los peatones y los ciclistas.
Mérida es una de las ciudades mexicanas medias con más uso de la bicicleta. Esto es un potencial que no debe perder. Si algo necesitan los ciclistas en Mérida es dejarse ver. La visibilidad de ellos terminará por incrementar su seguridad. El posicionamiento del ciclista en la vialidad no se dará a partir de la confrontación, sino de la posibilidad de compartir y asumir quiénes son los vulnerables y quiénes no.
Un automóvil no debe rebasar a un ciclista a menos de un metro y medio de distancia de él, y siempre debe ser a baja velocidad. Por su lado, un ciclista no deberá hacer movimientos que lo pongan en riesgo contra un automóvil. Es decir, deberá procurar estar a la vista del automovilista, conducir en línea recta y velocidad moderada. Este acuerdo urbano entre automovilistas y ciclistas incrementaría la posibilidad de uso de la bicicleta en Mérida. Dicho de otra forma: una bicicleta más en la ciudad es un automóvil menos. Todos ganan.
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