Por más que quiera ver el conflicto en Gaza con la simplicidad de una narrativa binaria, la realidad es mucho más compleja. Y lo que ahora empieza a fracturarse ya no es sólo la Franja, sino la paciencia de alianzas que, durante décadas, acompañaba a Israel en su reclamo histórico de seguridad y soberanía. El gobierno de Netanyahu ha logrado lo que durante años parecía improbable: que gobiernos que han sido incondicionales en su apoyo a Israel ahora lo confrontan públicamente, suspenden negociaciones comerciales y lo amenacen con sanciones.
Y no es para menos, el hecho de que sus aliados califiquen como "desproporcionada" la operación terrestre y el bloqueo de ayuda humanitaria en Gaza no es una nota al pie: es un grito de alerta. Lo que se ha puesto en entredicho no es la legitimidad del derecho a la defensa, sino el uso que se ha hecho de éste.
Más aún teniendo en cuenta que el día de ayer, fuerzas israelíes dispararon contra una delegación de 32 países –entre ellos, México– argumentando que se encontraban en una“ zona de combate activa ” y que los diplomáticos se desviaron de la ruta aprobada.
La gravedad del momento no puede subestimarse. Las imágenes, los informes y las cifras sobre la situación son claros. Desde hace semanas, Naciones Unidas alerta sobre una crisis humanitaria sin precedentes. Hospitales fuera de servicio, ayuda bloqueada, desplazamientos forzados y una población atrapada entre el fuego cruzado y el hambre. Sin embargo, lo alarmante no es sólo lo que ocurre, sino la frialdad con la que se enuncia.
Frente a ello, no cabe duda de que la postura de Netanyahu ha tensado la cuerda tanto con sus adversarios, como con sus propios aliados, cuyo mensaje, hasta ahora, ha sido claro: la solidaridad con Israel no es incondicional. Sin embargo, la raíz del problema no está en si uno apoya o condena a Israel o Palestina. El problema es cuando el poder se ejerce sin freno, cuando la ley se aplica con sesgo y cuando la empatía se diluye en discursos de legitimación que terminan desdibujando el rostro humano del conflicto.
Porque sí, los rehenes siguen sin volver a casa, y Hamás continúa siendo una amenaza real que debe ser enfrentada. Pero no se trata de sustituir un crimen por otro.
En ese marco, lo que vemos en el campo diplomático tico parece ser el inicio de una ruptura. Londres ha suspendido la negociación de su acuerdo comercial con Israel. La Unión Europea revisa su tratado de asociación. Incluso el Vaticano ha elevado su voz para pedir el fin del bloqueo. Las consecuencias no son menores. El aislamiento internacional se intensifica; la imagen de Israel en el mundo democrático se deteriora y, lo más doloroso, es que esto no contribuye ni a liberar a los rehenes ni a garantizar la seguridad de la región.
Es evidente que el conflicto israelí-palestino necesita más que acciones militares. Necesita política. Necesita diplomacia. Necesita reconocer que ni el terrorismo ni la ocupación indefinida de territorios son sostenibles. Que la única vía duradera sigue siendo la solución de dos Estados, por muy lejana que hoy parece.
- Consultor y profesor universitario
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