VOZ DE TINTA
Jorge Pacheco Zavala
La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil, el escribir lo hace
preciso… Francis Bacon.
Leer debe ser un acto solitario, a fin de que las palabras queden impregnadas en lo
profundo del alma humana y no en la superficie donde todo es volátil. Escribir es un oficio que se ejerce desde el aislamiento y la soledad. Quien quiera desarrollar el oficio de escritor verdaderamente, ha de estar dispuesto a sufrir pérdida. No se puede tener todo. El escritor y crítico inglés del siglo XVIII Samuel Johnson, dijo: Todos pueden escribir, pero no todos lo hacen bien.
En boca de otro genio de las letras también llamado Samuel, pero este, dramaturgo, de apellido Beckett dijo: Las palabras son todo lo que tenemos. Y luego, el gran Gabo (Gabriel García Márquez) externó: Lo que quiero contar, lo hago por escrito, solito en mi cuarto, y con mucho trabajo. Es un trabajo angustioso pero sensacional. Vencer el problema de la escritura es tan emocionante y alegra tanto que vale la pena todo el trabajo; es como un parto…
Entre la escritura y la lectura hay una complicidad que solo se puede explicar desde la experiencia misma de la soledad. En soledad se escribe y en soledad se lee. Ambos son placenteros, pero ambos tienen también el dolor implícito de producir y terminar. El autor concibe, crea, imagina y escribe. El lector descubre con ojos de niño un mundo inexistente que palpita con cada página que se va. Ambos recorren el pasillo de la experiencia a solas.
Y, sin embargo, resulta sorprendente notar que en el trayecto ambos personajes se
descubren y se conectan. Tal acontecimiento pareciera ser un déja vu, porque el mundo de la ficción se nutre de elementos analépticos vívidos y vividos con anterioridad.
Tal es el caso del cuento de Julio Cortázar Continuidad de los parques, en donde los dos microcosmos planteados en la historia tienen un común denominador: el personaje principal, que también es el lector de la historia. La historia crece a niveles insospechados cuando las líneas limítrofes entre realidad-ficción se transgreden, para convertirse en un asunto metaficcional. Se fusiona lo intradiegético y lo extradiegético. Es un cuento fantástico.
Escribir y leer. Leer y escribir. Dos mundos separados tan solo por la distancia física.
Quien escribe mira lo intangible y lo re-crea por medio de las palabras. Quien lee descubre lo intangible escondido en las palabras y como resultado final, se produce una alteración en su forma de ver cierta verdad o realidad…
El lector conecta los puntos de la historia contada, porque debemos entender que ninguna historia escrita por ningún genio de la literatura universal estaría completa sin su respectivo lector. ¿En qué mundo distópico podría existir un texto literario sin un lector? Sería como imaginar una pequeña embarcación en medio del inmenso océano sin océano…
Es, en suma, su complemento. Todo escritor requiere a su lector. Sin lectores, las grandes obras literarias vagarían por el cosmos literario como gemas perdidas, como valiosas hojas de oro extraviadas en un mundo sin destino ni fin…
Ya nos leeremos la próxima semana.
*Jorge Pacheco es escritor, maestro de creación literaria y editor.