Fotografía: AFP

Najla Emad tenía tres años cuando perdió sus piernas y su antebrazo derecho en la detonación de un artefacto explosivo fijado al coche de su padre, exmilitar. Ahora, 16 años después, está concentrada al 100% en el tenis de mesa y en lograr el oro en los Paralímpicos de París-2024.

“Este deporte me ha cambiado la vida. Dedico a él todo mi tiempo”, afirma en el patio de un centro deportivo de Baquba, donde entrena, al noreste de Bagdad.

Su vida cambió el 19 de abril de 2008, el día de la explosión. Su historia es una más en la larga lista de experiencias traumáticas de su generación, que ha crecido en un Irak desgarrado por décadas de guerra.

Najla tiene ahora 19 años y sonríe cuando empuña su raqueta de ping-pong, la actividad que se ha convertido en su personal tabla de salvación.

“En este deporte pude conocer a otros jugadores con discapacidad, que practicaban incluso aunque les faltara una extremidad”, señala. “Tenían mucha energía positiva y eso me animó”, afirma.

‘Sorpresa’

Cuando tenía 10 años, un entrenador buscaba montar un equipo paralímpico y fue a visitarla a su casa. Después de seis meses de entrenamiento, Najla participó en su primer campeonato, que reunía a representantes de todas las provincias iraquíes. Y ganó.

“Fui la sorpresa de la competición”, recuerda con orgullo.

En la casa de su familia acumula ahora trofeos y medallas, que ha ido recolectando en una treintena de competiciones internacionales.

Estuvo en Tokio en 2021 para los Juegos Paralímpicos y en 2023 consiguió la medalla de oro en el Campeonato Paralímpico de Asia, en China.

Habitualmente entrena cuatro días por semana, de ellos dos en Bagdad, donde viaja acompañada por su padre. Dentro de su preparación para los grandes eventos internacionales, pasa estancias en el extranjero para disfrutar de mejores infraestructuras deportivas, como por ejemplo en Catar el pasado marzo.

En el plano económico, cuenta con subvenciones mensuales modestas que vienen del Comité Paralímpico Iraquí.

A pesar de sus victorias, sigue fiel a sus orígenes y a Baquba, en cuyo centro deportivo se ha ejercitado siempre. En una sala polvorienta y con los cristales rotos, cuatro mesas de ping-pong ocupan una parte importante del espacio.

El sonido de la bola golpeando las raquetas y la mesa se sucede, mientras se enfrentan ocho jugadores, hombres y mujeres. Uno de ellos va en silla de ruedas.

“Las mesas en las que entrenamos son de segunda mano. Hemos tenido que repararlas para poder utilizarlas”, cuenta a la AFP el entrenador Hossam Al Bayati, que teme que les retiren incluso el uso de esa sala.

El discurso no es nuevo en el deporte del país, donde los profesionales lamentan a menudo la falta de infraestructuras o el mal estado de las mismas, así como la baja cuantía de las subvenciones.

‘Desafiar al mundo’

Najla cubre su muñón derecho con una tela negra antes de fijar su prótesis, que le ayuda a apoyarse. Con la mano izquierda sostiene la raqueta y lanza la bola al aire.

Al principio, su familia era reticente ante esta inesperada carrera deportiva.

“Es un deporte que implica movimiento. A mí me faltan tres extremidades y era joven”, recuerda. “Mis parientes y la sociedad me decían que no era posible, que me iba a cansar para nada”, apunta.

Pero después de su primera victoria, su padre Emad Lafta comprendió que tenía que darle su apoyo.

“Ha perseverado. Ha superado un desafío personal y ha desafiado al mundo”, subraya.

Con el tenis de mesa, “ella se siente mejor psicológicamente”, celebra. “La gente le felicita y en la calle hay chicas que quieren hacerse una foto con ella”, relata.

Najla, estudiante, sueña con ser presentadora de televisión. Pero antes de eso, el objetivo es la medalla de oro.

“Cuando nos promete algo, lo cumple”, avisa su padre.

AFP

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