En medio de acusaciones desde Estados Unidos de que la oleada migratoria es en realidad una “invasión” de hombres en “edad militar”, migrantes entrevistados afuera de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) reconocieron que sí están viajando solos, pero para proteger a sus familias del peligroso trayecto.
A principios de julio, Aníbal Bello salió de Venezuela con el objetivo de llegar a la frontera México-Estados Unidos, como avanzada para no exponer a sus hijos y su esposa a los mismos riesgos que él pasó.
“Yo voy de avanzada conociendo el terreno y es bastante difícil, he visto muertos, pasado hambres; yo tengo dos meses viniendo desde Venezuela. Yo pasé el Darién, yo sé que es pasar el Darién y vi alrededor de 150 muertos, niños pequeños, mujeres. ¿Cómo voy yo a traer a mi familia, a niños pequeños, a ese sufrimiento tan grande que es?”, expresa mientras espera que llegue la fecha de su cita en la Comar, para saber si puede acceder al estatus de refugiado en el país.
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En tanto, recuerda que ha tenido que dormir en terminales, en el piso, a veces con un solo alimento durante el día y cuidándose del acecho no solo del crimen organizado, sino también de los cuerpos policiacos mexicanos y de todos los países por los que cruzó.
“Los policías de muchos países le quitan a uno los reales, los celulares, le quitan hasta la comida a uno. De Tapachula para acá hay demasiados retenes, y ¿qué hacen? Lo bajan a uno del autobús, y piden 200 pesos y si no, te bajan para que te vayas caminando, es mucho sufrimiento.
“Yo mi familia no me la voy a traer por donde yo me vine, yo prefiero que se vengan en avión que pasar el sufrimiento que pase yo; me dañe los pies y llegue aquí ya sin energía”, dice el venezolano.
Asegura que en la selva del Darién le tocó lo más fuerte de su trayecto e incluso presenció cómo murieron familias enteras.
“Pasé la selva y fue muy fuerte, se puede morir el familiar de uno, yo vi que le pico una culebra a un niño en el Darién, estaban en una carpa y el papá y la mamá agarraron la creolina y se tomaron medio frasco cada uno y les tres se murieron en la carpa, yo ví cosas así, muertos inflados, cosas así.
“Vi también que se lanzó primero un perrito, se lanzó la niña, después se lanzó el papá y después la mamá y todos se ahogaron”, recuerda.
Por eso sus esperanzas están cifradas en obtener la calidad de refugiado para poder trabajar al menos un año en el país, reconoce que ya duda en dirigirse a Estados Unidos, pero si llegara a presentarse una oportunidad en la que abrieran la frontera, probablemente lo intentará.
Mientras que Santiago Hernández lleva dos años fuera de su natal Colombia, ha trabajado en varios países de Centroamérica y su intención era buscar algo más estable en México. No lo consiguió.
Ahora se ha acogido al programa de retorno voluntario auspiciado por la ONU y está a la espera de la respuesta de las autoridades de su país.