Foto: Guillermo Castillo
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El centro histórico de Mérida amaneció distinto. Desde temprano, la Plaza Grande y los alrededores del Palacio de Gobierno se transformaron en un escenario que parecía arrancado de otra época. Camiones de producción, reflectores, cables, maquillistas y asistentes corriendo de un lado a otro anunciaban que el cine —o algo muy parecido— había decidido instalarse en pleno corazón de la capital yucateca.

El asombro no tardó: entre el vaivén de la mañana aparecieron autos clásicos, relucientes, de líneas redondeadas, dignos de los años sesenta; extras con atuendos de la Cuba de aquella década caminaban, repetían indicaciones, posaban, se detenían, volvían a caminar.

Como si una ventana al pasado se hubiera abierto de pronto frente a la Catedral.

Foto: Guillermo Castillo

Producción cinematográfica en el corazón de Mérida

Los transeúntes, sorprendidos y un tanto divertidos, intentaban mantener distancia cuando la producción lo pedía con amabilidad. “Amigos, no crucen el cuadro, estamos a punto de grabar”, repetía el staff mientras los extras —militares, señoras con vestidos estampados, hombres de sombrero y guayabera vieja— permanecían atentos a cada orden.

El rodaje fluía entre el ruido habitual del centro y el eco de los motores antiguos, una convivencia improbable entre la vida cotidiana y la magia del cine… Hasta que la realidad decidió irrumpir sin pedir permiso.

Foto: Guillermo Castillo

Protesta de ejidatarios interrumpe el rodaje

En medio de las tomas, un grupo de hombres y mujeres de campo avanzó hacia las puertas del Palacio de Gobierno. Eran ejidatarios de Cinco Colonias que, con pancartas en mano y consignas claras, exigían un asunto pendiente desde hace más de tres administraciones: el pago de 18 hectáreas expropiadas, cuyo valor actual —aseguraron— supera los 92 millones 600 mil pesos.

Denunciaron que nunca recibieron la compensación correspondiente y que poseen los títulos de propiedad para acreditarlo. Entre gritos, explicaciones y reclamos, su protesta interrumpió momentáneamente el ambiente ficticio que la producción había logrado construir.

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El contraste era inevitable. Por un lado, un ejército de creativos recreando la atmósfera caribeña de los sesenta; por el otro, ciudadanos reclamando justicia agraria en pleno 2025. La escena captó de inmediato la atención de turistas, curiosos y comerciantes que observaban, incrédulos, cómo dos mundos opuestos coincidían en el mismo plano.

Y como suele suceder, las opiniones se dividieron: hubo quienes reprocharon a los manifestantes por “arruinar” la imagen del estado ante una producción internacional; otros, en cambio, reconocieron el valor de alzar la voz y aprovechar la visibilidad del momento.

Foto: Guillermo Castillo

Atención gubernamental y reinicio del rodaje

Mientras la protesta seguía su cauce, representantes del gobierno atendieron a los ejidatarios. Minutos después, la producción retomó sus actividades: el director pidió silencio, las cámaras volvieron a encenderse y los extras regresaron a su papel como si nada hubiera ocurrido. El bullicio habitual del centro se mezcló nuevamente con los diálogos dramatizados y las instrucciones del staff.

Y así, entre consignas y claquetas, Mérida recordó que es una ciudad donde conviven todas las historias: las que se escriben, las que se actúan y las que se viven. Al final, fiel a la vieja máxima del espectáculo, nada detuvo el ritmo del día.

El show —como siempre— debía continuar.