En Good Boy, el debutante Ben Leonberg da un salto de fe al subvertir las reglas del terror tradicional. Lo hace mediante una elección radical: narrar toda la historia desde la perspectiva de un perro. Este arriesgado dispositivo, lejos de ser un simple truco técnico, se convierte en el alma sensorial de una película que explora la fragilidad del vínculo humano y animal en medio del horror.
Un experimento sensorial que desafía al espectador
Good Boy —coescrita por Leonberg junto a Alex Cannon— transcurre en los límites de la percepción. La cámara, que adopta el punto de vista del perro Indy, se mueve a la altura de su mirada, captando un universo de sonidos, olores y sombras más que de rostros o palabras. El terror aquí no reside en lo que se ve, sino en lo que se intuye.
Desde los primeros momentos, se percibe que Indy y su dueño, Todd (Shane Jensen), enfrentan un peligro inminente. La película inicia con la hermana de Todd hallándolo inconsciente, con sangre goteando de su boca. Tras salir del hospital, Todd decide trasladarse con Indy a la antigua casa de su abuelo, ubicada en lo profundo del bosque. En esa atmósfera opresiva, Todd se desplaza con movimientos pesados, tosiendo y jadeando, mientras su rostro permanece parcialmente oscurecido por las sombras.

La cámara, situada a la altura de los ojos de Indy, permite observar tanto la casa fría y ventosa como el inquietante bosque circundante desde la perspectiva del perro. Este enfoque sensorial convierte cada pasillo y cada rincón en una fuente de tensión, intensificando la sensación de miedo y vulnerabilidad que atraviesa toda la película.
Leonberg evita el recurso fácil del susto y opta por una progresión atmosférica, donde el miedo brota del deterioro físico y emocional del protagonista. El verdadero monstruo podría no estar en las sombras, sino en el cuerpo que se descompone lentamente ante la mirada leal de su perro.
La casa como extensión del miedo
El uso del espacio es otro de los grandes aciertos del filme. La fotografía de Wade Grebnoel construye un entorno cerrado, casi claustrofóbico, donde cada corredor parece vibrar con la ansiedad de Indy. Las tomas prolongadas y el trabajo de sonido se combinan para crear una experiencia inmersiva, que obliga al espectador a sentir el miedo antes que comprenderlo.

Leonberg entiende que la casa embrujada es un cuerpo: respira, cruje, enferma. En ese sentido, Good Boy recuerda por momentos al cine de Robert Eggers o a la primera obra de Ari Aster, donde la tensión doméstica se transforma en horror metafísico.
Entre lo real y lo imaginario
Uno de los mayores logros del guion es mantener en constante ambigüedad lo que ocurre. ¿Ve Indy realmente a un demonio o es la proyección del deterioro mental de Todd? Esa incertidumbre sostiene la fuerza del relato.
El filme sugiere, más que muestra, y convierte al espectador en un cómplice. Leonberg no busca explicaciones, sino sensaciones. Quiere que sientas lo que siente el perro: desorientación, angustia y una lealtad que raya en la desesperación.

Una fábula sobre la lealtad y la enfermedad
Más allá del terror, Good Boy funciona como una alegoría sobre el amor incondicional. Indy observa a su amo enfermar y deteriorarse, y el espectador asiste impotente a ese proceso desde su misma altura. El horror no está solo en los fantasmas, sino en la posibilidad de perder a quien más se ama.
En los últimos veinte minutos, la película alcanza su clímax emocional. Indy corre, ladra y lucha por proteger a Todd, en una secuencia donde la fidelidad canina se convierte en motor dramático del terror. Es en ese punto donde el filme deja de ser solo un ejercicio formal para transformarse en una experiencia emocionalmente devastadora.

Lo bueno y lo malo
Lo bueno
- Indy.
- Una duración adecuada de apenas 72 minutos.
- Una historia simple, pero que plantea un interesante misterio por resolver.
- Una genial ambientación.
Lo malo
- Posiblemente deja algún cabo suelto en la historia.
¿Es recomendable Good Boy?
Con apenas 72 minutos de duración, Good Boy demuestra que el cine de terror todavía puede reinventarse desde lo íntimo y lo experimental. Ben Leonberg logra una pieza perturbadora y poética, donde la inocencia de un animal sirve de espejo al miedo humano.
No todas las apuestas radicales llegan a buen puerto, pero esta sí. Good Boy no solo ofrece miedo: ofrece una mirada distinta, una nueva forma de habitar el terror. La cinta es absolutamente recomendable y tendrá su estreno en cines de México el 23 de octubre.