Durante la ponencia “Mujeres tejiendo paz y comunidad” en el último día de la Cumbre por las Sociedades de Paz Ch’abajel, Wendy Balcázar Pérez, fundadora de La Cana, compartió la labor transformadora de su empresa social. Este proyecto trabaja con mujeres privadas de la libertad en penales del Estado de México y Ciudad de México, capacitándolas en diversas habilidades artesanales como parte de su proceso de reinserción social.

Balcázar relató que la iniciativa surgió mientras estudiaba Derecho. Al visitar cárceles femeniles, ella y sus colegas se encontraron con la dura realidad que enfrentan las mujeres encarceladas, quienes son una minoría -solo el 5.7% de la población penitenciaria-, pero que cargan con desafíos como el estigma social, la separación de sus familias y la falta de políticas carcelarias con perspectiva de género. 

“Las mujeres en prisión son una población históricamente invisibilizada”, comentó.

La Cana, fundada hace ocho años, basa su trabajo en varios ejes: capacitación y empleo, apoyo psicológico, y acompañamiento en la transición hacia la libertad. Dentro de los penales, la organización imparte talleres de tejido, bordado, carpintería, y serigrafía. Los productos elaborados por las internas son vendidos fuera de la cárcel, lo que les permite generar ingresos para cubrir sus necesidades básicas y seguir apoyando a sus familias.

“Además de las habilidades técnicas, las mujeres adquieren competencias como el trabajo en equipo, responsabilidad y disciplina”, explicó Balcázar. Este enfoque integral busca empoderarlas para reconstruir sus vidas tras su salida de prisión. La Cana también ofrece asesoría jurídica gratuita para aquellas que no han recibido una defensa adecuada, a través del proyecto “Libertad”.

Una de las historias que Balcázar compartió fue la de Selene, una mujer acusada de robo que ingresó a prisión un Día de Reyes. A su llegada, no tuvo un lugar donde dormir y se vio obligada a imaginar a su hijo abriendo regalos sin ella. Selene inicialmente trabajaba para otras compañeras dentro del penal, lavando cubetas y trastes por 10 pesos, apenas suficiente para comprar artículos básicos como toallas sanitarias.

Todo cambió cuando se unió a los talleres de La Cana, inicialmente con escepticismo, ya que asociaba el tejido con “abuelitas”. Sin embargo, al descubrir su talento y ver que podía ganar más dinero que trabajando para otras internas, Selene empezó a crear peluches. “Ella decía que no les hacía los ojos a los peluches si estaba triste, porque no quería transmitir esa emoción a quienes los compraran”, recordó Wendy Balcázar.

La historia de Selene tuvo un giro aún más positivo cuando, después de compartir su sueño de ser enfermera, alguien decidió financiar su formación. El pasado agosto, Selene se graduó como técnica en enfermería y ahora cuida de adultos mayores, mientras es el orgullo de su hijo adolescente: “Imaginemos el México que podríamos tener si la historia de Selene fuera la regla y no la excepción”, reflexionó Balcázar.

En estos ocho años, La Cana ha impactado la vida de más de 1,500 mujeres y ha logrado la liberación de 52. “Visibilizar a las mujeres privadas de su libertad y brindarles herramientas hace una diferencia enorme en la construcción de comunidades más seguras y en paz”, concluyó.

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