Cuando don David Arellano perdió a su esposa, el mundo se le vino abajo. La enfermedad de los nervios le empezó a afectar, perdió cabello y su ánimo decayó. La ausencia de su esposa llenaba su casa con un vacío inmenso, su aroma aún presente en cada rincón. En busca de consuelo, encontró paz en el urdido de hamacas.
Como él, decenas de personas adultas mayores, hombres y mujeres jubilados, acuden a la Casa de Día del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Issste) “Palomas de la Paz”.
En este lugar han formado una familia, se sienten libres, felices y acompañados, mientras descargan sus energías en sus creaciones. Pasan el tiempo entre los hilos, urdiendo hamacas y compartiendo historias interminables. Recuerdan a los que se adelantaron, a los hijos que no han regresado y los momentos de alegría compartidos.
Sus creaciones, al final, son regaladas a familiares, nietos, ofrecidas como regalos de boda, o vendidas. La mayoría de ellos llegó en busca de algo que les hacía falta: compañía, alivio para la depresión o simplemente para pasar el rato en compañía de personas de su edad. Aquí han encontrado un hogar.
Con música de cumbias sonando de fondo en una pequeña radio, hombres y mujeres urden hamacas de diversos colores y formas en una habitación de la Ex Penitenciaría Juárez. Hay una hamaca que emula los colores de la pitahaya. Sin inmutarse ante la presencia de extraños, sus miradas están clavadas en su arte.
Don David expresa con voz fuerte para que el reportero entienda claramente: “Aquí he encontrado la paz. A la hora del café, del refresco con las compañeras, llega una alegría de compartir con tu semejante, te alivia, es increíble eso”.
Para él, urdir hamacas y pequeños aretes de la misma forma es una terapia. Lo mantiene ocupado, sin pensar en otras cosas, y le ayudó a lidiar con la ausencia de su esposa. Sus hijos notaron la diferencia en pocos meses: ya no tenía los nervios alterados ni se le caía el cabello.
En el fondo de la habitación, Landy René López Peniche, vestida elegantemente, urde una hermosa hamaca con los colores de la pitahaya para su nieto recién casado. Landy acude a este lugar desde el año 2000, tras jubilarse y enfermar. “Aquí busqué mi hogar”, expresa. Para ella, todos son como hermanos y hermanas que conviven felices.
Estar en “Palomas de la Paz” la hace sentir tranquila y feliz. Aprendió a urdir diversas técnicas y mantiene su mente activa, repasando poesías mientras trabaja en sus hamacas. “Yo vivo el hoy, siempre el hoy”, dice con sabiduría. Durante la pandemia del COVID-19, la casa estuvo cerrada por un año, pero no era lo mismo urdir en casa. Extrañaba a sus compañeros. “Lo mío es convivir con todos los compañeros”, indica Landy.
López Peniche enviudó a los 40 años y no se volvió a casar. ¿Ha tenido algún romance aquí? “Para mí, el matrimonio es una vez, una vez se enamora, una vez se casa”, contesta con cierta picardía.
Jorge Celestino Ancona y Concha, actual maestro y guía, enseña diversas técnicas de urdido, colores y hilos, mientras las personas mayores también lo ayudan a él. Esta actividad es un alivio para él, pues el recuerdo de su esposa está siempre presente en cada clase. “Los ayudo a ellos y me ayudan a mí, porque también soy viudo”, reconoce.
En el año 2000, su esposa comenzó como maestra en el lugar. Luego de 10 años, enfermó y Jorge la acompañaba y apoyaba hasta que falleció. Los alumnos lo animaron a continuar con el legado de su amada, y así lo ha hecho hasta hoy. “Me siento solo, aunque tengo hijos y nietos, aquí vengo y cargo baterías… aquí es una familia”, expresó
Por Abraham Bote Tun