En su pequeña finca cafetalera de Costa Rica, Johel Alvarado introdujo innovaciones técnicas para enfrentar a su mayor enemigo: la disminución de lluvias.
Ubicado 40 km al noroeste del San José, en la ladera de una quebrada en la localidad de Grecia, su cafetal de cuatro hectáreas ahora cuenta con un sistema de riego que compensa la falta de agua y le permite mantenerse en el negocio.
“Es un poco más difícil año con año lograr la misma cantidad de producción”, pero “al innovar, podemos ver que el cambio climático no nos afecta tanto”, explica a la AFP el agricultor, de 52 años.
La reducción de precipitaciones, que antes eran abundantes, genera polvo en su predio, pero las plantas lucen verdes gracias a la utilización de la tecnología aplicada al riego.
Desde el siglo XIX el café es producto emblemático de exportación de Costa Rica, que el año pasado vendió 60.000 toneladas por 350 millones de dólares. Sus principales destinos fueron Estados Unidos, Bélgica y Alemania, según el estatal Instituto del Café (Icafé).
Más de 25.000 familias de pequeños y medianos productores viven de esta actividad, que enfrenta retos por la disminución de las lluvias: en 2010 cayeron 2.907 milímetros de agua y en 2023 apenas 1.759, según datos de la Universidad de Costa Rica. En 2016 fueron apenas 952 milímetros.
– “Climas bravos” –
En Costa Rica se produce solamente la especie “arábica” de café, de alta calidad, intenso aroma y agradable acidez, pero sus cultivos son muy vulnerables ante el cambio climático.
Esto llevó a Alvarado a “tratar de innovar un poco” y “hacer cosas diferentes” para “lograr más sustentabilidad y un poco más de ingresos”.
El agricultor toma el agua de un manantial que corre en la parte alta de su plantación y la bombea por un sistema de riego por goteo hasta su cafetal.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo, para 2050 un 50% de la superficie cafetalera mundial podría desaparecer por el aumento global de la temperatura.
Otros caficultores locales también están incorporando tecnología.
Es el caso de Eduardo Rojas, quien administra un cafetal de 50 hectáreas en Sarchí, localidad vecina a Grecia, donde invirtieron 232.000 dólares en 2020 en riego tecnificado, fertilizantes licuados y automatización de sistemas.
Esto les permitió elevar la productividad: en la cosecha de 2023, de unas 100 toneladas, por cada hectárea obtuvieron 43,5 fanegas de café (sacos de 46 kilos), mientras el promedio nacional es 20.
Al principio “no creía que se podía hacer”, indica Rojas, quien lleva más de 40 años en este negocio.
Cuatro años después no duda: “Las personas que tienen fincas así en climas muy bravos (…) necesitan meterse en estos proyectos”, dice el administrador, de 62 años.
– “De planta a planta” –
Con el cambio climático “los desafíos son constantes”, pues las plagas y hongos como la roya o el ojo de gallo, evolucionan y se vuelven más resistentes, explica a la AFP Harold Gamboa, especialista del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).
Sin embargo, “las soluciones están a la mano de los productores”, pues “el éxito de un mejor producto de una mejor calidad (…) va acompañado de un desarrollo tecnológico constante”, agrega.
El Icafé, ente rector de la caficultura en el país, desarrolla en el laboratorio variedades que puedan adaptarse mejor a las actuales condiciones del campo.
Carlos Acuña, genetista de Icafé, cuida retoños de 20 variedades en un invernadero con el fin de hacer cruces “de planta a planta” y obtener ejemplares más resistentes.
“Hay que transferir esa información de la capacidad de las plantas a resistir esos ambientes en materiales (variedades) con una alta calidad”, dice a la AFP el investigador, de 40 años.
En el laboratorio, la ingeniera en biotecnología Érika Méndez analiza genéticamente variedades para predecir cuál resistirá mejor.
“Con el estudio del ADN de las diferentes plantas aceleramos que, en una sola planta, lleguen las mejores características que hay en la naturaleza”, explica la científica, de 28 años, a la AFP.
– “Me adelanté” –
Lejos del laboratorio, Jesús Valverde optó por un método natural ante las menores lluvias para proteger un cafetal familiar de 13,5 hectáreas en la localidad de Naranjo, cerca de Sarchí: árboles frutales que dan sombra y mantienen la humedad de las plantas de café.
Además, las hojas secas que caen de los árboles abonan el suelo y reducen el calor, una especie de “tecnología biológica” que mantiene la humedad del sustrato y favorece la acción de fertilizantes.
“Yo me adelanté al cambio climático”, afirma con orgullo el caficultor a la AFP.
Por Alberto PEÑA © Agence France-Presse