por Miriam Castillo

Una de las razones por las que elegimos un gobierno es porque tenemos la vaga esperanza o la completa fe que la ideología y el plan de gobierno de una persona, proyecto o partido resuelvan algunos de los problemas de un país.

Quizá es una de las razones por las que cada cierto tiempo acudimos a las urnas a pesar de que las estadísticas nos deslizan la predicción de que no habrá soluciones mágicas.

El riesgo es que nuestra urgencia de tener resultados nos haga perder la perspectiva de la importancia de los derechos ganados a lo largo de muchas luchas, muchas vidas y más de un régimen democrático.

Creo que la población en general, y los jóvenes en particular, han perdido la paciencia y en este momento están dispuestos a llegar a la meta un país con más seguridad, mejor situación económica, el control de la migración sin importar mucho el método.

Hace poco escuché que no todos los políticos son iguales. Que bien pueden coincidir, por ejemplo, en la necesidad de evitar la pena de muerte pero por motivos completamente distintos y en el fondo, incompatibles.

Y quizá tienen razón, al principio podríamos pensar que todos tienen la intención de modificar las condiciones económicas de un país, o mostrar soluciones de seguridad en esencia parecidas, pero al final, los métodos de mercado y finanzas de la derecha (con más intervención de la iniciativa privada y la regulación del mercado) difícilmente se acercaran a la idea de Estado de la izquierda que plantean un Estado más sólido y más regulación desde ahí.

Por eso me llama la atención la afinidad que los electores jóvenes tienen con la derecha conservadora. El 40 por ciento de la población más joven está completamente dispuesta a renunciar a cierto grado de derechos humanos si se les garantiza un avance económico.

Aunque me parece escandaloso, entiendo la necesidad de cubrir derechos elementales como la vivienda y la posibilidad de tener un empleo. Pero no sé si renunciar al libre tránsito o a cierto grado de garantías de proceso en un juicio deba ser el precio.

Sin embargo, a pesar de los antecedentes que tenemos en Latinoamérica, para finales de este año hemos tenido un viraje hacia la ultraderecha.

Chile decidió ir a las urnas y elegir a un personaje ultraderechista. El margen no fue cerrado: José Antonio Kast obtuvo el 58.16 por ciento de los votos, frente a los 41.84 puntos obtenido por la candidata de la izquierda, la comunista Jeannette Jara.

Las promesas de un avance económico y, sobretodo, una garantía de seguridad son las explicaciones que dan los expertos al avance de estos movimientos que se suman a Argentina y El Salvador en nuestra región.

Y aquí viene la duda genuina: ¿En qué fallan los gobiernos menos extremos? ¿Qué hay en los líderes que peligrosamente proponen soluciones mágicas y terminar con órdenes establecidas que hasta ahora solo ofrecen espejismos?

Necesitamos encontrar la respuesta pronto, antes de que en nuestro país nos encontremos con figuras que solo nos ofrezcan blancos y negros, sin grises.