En el sistema de partidos de México, ser oposición había sido una tarea que se concentró en un sector que ahora gobierna y parece que los partidos que ahora están en minoría y por lo tanto en oposición, no han sabido entender del todo su papel.

En una estructura unipartidista como fue el PRI, la disidencia se administraba más bien con turnos en el poder, un poco de disciplina vertical y un mucho de mano dura.

Con los años, el régimen entendió que tener una fracción pequeña, controlada y con un grado medido de representatividad le daba más beneficios que perjuicios.

El PAN surgió como una corriente crítica y con una ideología específica que retó académicamente al régimen. Buscó espacios que consideraban que no estaban garantizados y alcanzaron a poner el dedo en temas de democracia y de gobernabilidad.

Para cuando la división y el descontento en las asignaturas de candidaturas en el PRI provocó la creación del PRD, la estructura de crítica y de ocupar otros espacios.

La presencia y organización de los partidos de oposición primero y el acompañamiento de organizaciones civiles después dieron pie a órganos de supervisión, de transparencia y rendición de cuentas. A una mejora en los sistemas democráticos y una exigencia más clara y estruendosa de resultados a quienes gobernaban.

Sin embargo, ahora la oposición parece estar desdibujada. En las cámaras federales de representantes están rebasados, no tienen mayorías ni cuentan con una fuerza en votos que permita siquiera tener un debate profundo de las propuestas y reformas legales que se plantean en el congreso.

En los congresos locales, salvo contadas excepciones, la uniformidad del partido de Morena o la mayoría conformada por las alianzas con el PVEM y el PT no dan mucho margen de discusión.

Lo preocupante en el panorama es que no parece que vaya a cambiar pronto la conformación de los espacios, por lo que estamos lejos de una fuerza política o ciudadana que pueda exigir de manera seria rendición de cuentas.

El PAN recién baraja la necesidad de presentar una renovación. Quizá una mezcla de reafirmar sus principios y volver a apuntar el rumbo.

Algo similar a lo que hizo el PRI después de perder votaciones en buena parte de los estados de la República. Lo que le dio un regreso a la presidencia con Enrique Peña, pero una caída bastante estrepitosa después.

Ambos partidos gobiernan en conjunto apenas siete estados de la República. Movimiento Ciudadano se aferra a dos estados —Jalisco y Nuevo León— pero su voz tampoco es muy disidente.

Aquí la duda genuina es, ¿quién tendrá efectivamente la posibilidad de hacer frente a un gobierno que abarca tanto porcentaje del país?

Alejandro Moreno parece más distraído en resolver algunos temas legales en Campeche que en establecer una agenda que pueda ayudar a los ciudadanos con una supervisión de la agenda.

En el resto de los partidos las voces no han logrado escucharse y a la ciudadanía le falta alguien que exija cuentas a quien ejerce el poder.