Hace unos años escuché en una conferencia a Miguel Anxo Fernández, médico de profesión y actual alcalde de Pontevedra, España, quien, entre sus logros durante 24 años de gobierno, destaca haber transformado una ciudad contaminada, ruidosa y sin perspectiva de futuro, o mejor dicho “un auténtico almacén de coches”, como él mismo lo describe, a ser hoy una ciudad donde hace más de doce años no existe un solo fallecido por incidentes viales.

A partir de transformar sus calles para dar mejores condiciones a los peatones se redujo el tráfico motorizado hasta un 97% en el casco histórico y más del 50% en toda la ciudad. Además, con estas medidas, han logrado que el 80% de los niños vayan caminando a sus escuelas, la mayoría de ellos sin adultos que los acompañen. En resumen, la ciudad goza de excelente salud.

Como parte de la “fórmula mágica”, Miguel asegura que para que esto suceda debe haber un proyecto claro y definido. Las grandes transformaciones de la ciudad no surgen de forma espontánea. Se debe pensar, imaginar, estudiar otras experiencias, lograr un apoyo y convencimiento social y dar el paso para convencer con hechos y datos a una gran parte de la población que seguía escéptica a los cambios.

Las premisas de su proyecto se basaron en una aspiración colectiva de recuperar el espacio público para las personas, no para los automóviles. En Pontevedra se transformaron las calles de tal forma que ahora se perciben como espacios hechos para los peatones, donde los coches “tienen permiso de circular” sin exceder los 30 km/h de velocidad máxima y con la obligación de cederles el paso siempre que necesiten cruzar. Esto generó un ambiente extraño para quienes visitamos la ciudad, ya que no estamos acostumbrados a ver circular coches “en cámara lenta”, con un conductor cuidando de las personas que caminan y cruzan las calles sin ninguna preocupación.

El espacio público es accesible para toda persona. Para desplazarse no hay prácticamente escalones que subir o bajar, se logró en su totalidad invertir la prioridad de movilidad. La ciudad es realmente para las personas que prescinden de vehículos motorizados, independientemente de su capacidad y forma de hacerlo, y ello ha provocado que un alto porcentaje de la ciudadanía deje de usar sus automóviles en la ciudad y disponga de estos solo para destinos suburbanos. Un dato curioso es que tres cuartas partes de la población tiene automóvil, más que la mayoría de las ciudades mexicanas. El problema no es el número de automóviles sino la cantidad de veces que se utiliza.

Otra consecuencia positiva de esta política es que la gente que decide moverse en bicicleta en Pontevedra no necesita de ciclovías ni de condiciones especiales. La velocidad reducida de los automóviles garantiza su seguridad plena.

Pontevedra es un ejemplo mundial de buena salud y no solo eso, tiene además un alcalde dispuesto a compartir su entusiasmo a todas las ciudades del mundo que tengan solo un punto de partida como condición: estar convencidos de que el milagro urbano es posible.