El arte de escribir
JORGE PACHECO ZAVALA
Todos somos narradores natos. Pero… ¿qué diferencia hay entre contar una historia y escribir una? De alguna manera entendemos lo que el autor de El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde, dijo alguna vez: “Todos pueden escribir una historia, pero no todos pueden hacerlo bien”.
La oralidad antigua es la fuente de la literatura actual, y de la que han surgido infinidad de novelas y cuentos. Hoy la oralidad es un arte que se ha perdido casi por completo y que es preciso recuperar. Muchos de los cuentos de los hermanos Grimm nacieron de las historias que se contaban en los mercados y calles de aquella época.
Quien fuera mi maestro, el escritor Daniel Sada, tomaba muchas de sus ideas de conversaciones que escuchaba en las terminales aéreas o en lugares públicos. Él decía que el escritor debiera ser medio metiche.
Si bien la oralidad ha ido muriendo, al mismo tiempo ha surgido el interés de muchos lectores de pasar los linderos que existen entre lector y escritor para explorar esos territorios donde la palabra es baluarte. Escribir no solo demanda imaginación, además lleva la consigna de que el lenguaje es el recurso principal, es la arcilla para el escultor o el encuadre para el pintor.
Escribir se atiene a un canon que dicta ciertos parámetros para que una obra literaria sea considerada literatura. Y dentro de ese canon se encuentra, no solo el lenguaje, sino también la estética. Por ello existen historias desgarradoras y dramáticas que nadie quisiera experimentar y que, sin embargo, están expuestas con belleza; desde el lenguaje y el uso de recursos que hacen estremecer a cualquier lector.
Por ejemplo, las conocidas novelas como Cumbres borrascosas, Crimen y castigo, La letra escarlata. O los cuentos La gallina degollada de Horacio Quiroga, Alguien desordena estas rosas de García Márquez, La puerta cerrada de Edmundo Paz Soldán, etc.
Los recursos para el escritor son sus herramientas para construir un mundo que, por extraño que parezca, han sido tomados de la misma realidad. ¿De dónde más podría haber surgido la novela Cien años de soledad sino de la naturaleza humana? O la espléndida y breve novela de Carlos Fuentes, Aura, que retrata de manera extraordinaria la decadencia de lo natural para reproducir lo imaginario a manera de inmortal y eterno.
Es la libertad de la imaginación la recompensa misma que ofrece la lectura.
Con la oralidad también se fue muriendo el arte de la conversación. Y a cambio fuimos adquiriendo el hábito de convivir con la tecnología, que gradualmente nos convirtió en esclavos. La conversación, ese mundo ahora deshabitado en donde se desenhebraban los temas importantes del arte, la cultura, las letras, y en donde la intelectualidad exponía su pensamiento de múltiples perspectivas. Hoy la conversación es apenas un guiño lejano circunscrito a grupos muy cerrados.
Recuperar la oralidad es importante, puesto que a través de ella la memoria histórica se mantiene viva, y el vehículo que aún está disponible es la conversación, esa apertura en donde saber escuchar es determinante para su éxito y conservación. La pérdida ya está frente a nuestros ojos, y solo nos queda ser influencia para que esta generación de jóvenes y niños experimenten ambos mundos.
La riqueza de la palabra está en su contenido, que a veces puede ser simbólico, metafórico, realista, ficcional, poético, alegórico o incluso filosófico; pero que, por encima de todas sus derivaciones arquitectónicas, seguirá siendo el vínculo que conecta al lector con el escritor.