VOZ DE TINTA

JORGE PACHECO ZAVALA

Ver no es lo mismo que observar

El acto cotidiano de ver es tan necesario, que sin él viviríamos a ciegas. Tal es el caso de la novela Ensayo sobre la ceguera del escritor portugués Saramago. Ver es normal y nos hace conscientes del mundo en el que vivimos, nos permite distinguir entre la diversidad de colores, podemos ver el cielo, las nubes, los amaneceres, los atardeceres, etc., etc., etc. Imagina por un momento que no puedes ver. Lo primero que experimentarás es angustia. La oscuridad produce desconcierto.

Si la ausencia de esa capacidad que tienen nuestros ojos nos produce desasosiego, algo similar nos pasa cuando dejamos de observar. Observar es contemplar, disfrutar del momento atrapado con el fin de descubrir algo que parece escapar a nuestros ojos cuando solo miramos. Observar conlleva atrapar aquello que nos cautiva. Uno observa más allá de lo evidente, los detalles que se esconden detrás de lo cotidiano. Y es precisamente lo cotidiano y la costumbre, lo que nos impide apreciar de cerca la historia que yace en un amanecer, o la simple escena que se suscita en un parque cuando dos enamorados se miran a los ojos.

Las mejores historias han nacido de este acto que parece simple y que, a pesar de ser momentáneo, trae consigo un sinfín de posibilidades. La observación es el punto de partida para multitud de expresiones artísticas creativas, la observación es la madre de la creatividad, puesto que podemos observar también en nuestro interior aquellos asuntos que nos inquietan o que nos obsesionan. 

El escritor y ensayista James Wood, lo dice en pocas palabras: Los civiles solo ven, mientras los artistas observan. 

Sin embargo, la vida actual llena de responsabilidades y compromisos nos impiden hacer un alto y observar. La contemplación es una práctica ancestral concebida como fuente de inspiración. Es en suma poner en acción el intelecto para crear. Un intelectual piensa a partir de lo que observa, concluye luego de observar y contemplar, de mirar en lo profundo de sus emociones, y entonces es ahí, donde sus descubrimientos se convierten en hallazgos valiosos que luego nutrirán la mente de un lector en busca de claves propicias para la reinvención. Ya se trate de un pintor, de un escultor o de un escritor, el acto de observar es el catalizador que provoca obras que pueden llegar a maravillar al mundo.

El escritor y poeta italiano del siglo XIX Arturo Graf lo expresó de esta manera, al referirse al acto de observar: Tiene mejor conocimiento del mundo, no el que más ha vivido, sino el que más ha observado.

El artista necesita de la soledad, del aislamiento, de la abstracción que luego le permitirá replantear su propio mundo y su propia realidad. Ninguna obra magistral ha nacido de la prisa por vivir, o del vivir de prisa. Las obras maestras nacen de las almas en calma. Los autores clásicos dedicaban horas enteras al recogimiento, al encierro voluntario, pero siempre, esos estados colmados de soledad, estaban impulsados por el constante observar. Una cosa es ver la vida pasar y otra muy distinta es vivir mientras se observa la vida pasar frente nosotros, para luego dar cuenta de lo observado.  En esto se contienen las dos claves literarias a saber: el qué y el cómo. Uno necesita del otro para existir. El qué es la historia cotidiana que todos podemos contar; pero el cómo es el punto de vista particular de cada artista al presentar su obra. El cómo es tu mirada ante la majestuosidad del mar, o la imponente grandeza de un monte nevado.

Qué gran noticia es que podamos ver, pero qué impresionante resulta saber que podemos observar detenidamente cada día. 

Si ves, podrás caminar por la vida; si observas, la vida caminará ante tus ojos con lujo de detalles…