Voz de tinta
JORGE PACHECO ZAVALA
La poesía avanza mientras los imperios caen, avanza inminente al tiempo que las
sociedades, colapsan, destruyendo todo a sus pasos. La poesía es un mundo de imágenes que lo llena todo: sucumben los reinos bajo la palabra dicha en un desierto, mueren reyes esperando el palpitar que fragua el futuro a la espera de lo que vendrá; pero la palabra permanece, transformándose solo en su interior hasta convertirse en sonido que alude a mejores tiempos.
La poesía no deja escapar un suspiro, lo retiene hasta convertirlo en imagen, luego se reconstruye hasta convertirse en verso que demanda acción, que aspira vanamente en ser efigie del pasado, uno que tal vez ya no existe. Sin embargo, bajo la sombra que el signo le impone, resurge con su grandeza hasta ser estrofa sólida y contundente, en donde los afluentes líquidos de las formas van constituyendo ríos que lo arrastran todo: dolor, tristeza, soledad… esas formas conocidas que desnudan el alma humana y se consolidan en fortalezas que difícilmente caen. Hacen de lo simple, ámbitos inexplorados, figuraciones inaccesibles que solo quienes llevan el luto eterno a cuestas pueden sentir.
Si la poesía desfallece, la palabra suena hueca, vacía, sin el sentido que la vida le impronta.
Sin la poesía los ríos no tendrían el sonido que adormece e inspira, no habría miradas que incitaran al amor, no existirían las caricias seductoras, ni los sonidos casi secretos que solo el verso envuelve en sus formas.
La poesía se pasea en medio de nuestro mundo, contempla sin prisa para ver si encuentra, al menos un vaso contenedor, en que pueda vaciar sus versos construidos con el ADN de un mundo mejor, de un mundo inventado…