SCHIZEIN
Jorge Pacheco Zavala
Él se levanta a la misma hora que tú. Se lava los dientes igual que tú y se mete a
la regadera justo cuando te metes tú. Te parece que tu vida es más monótona que la de él, sin embargo, a él también le duele la espalda por las noches al irse a la cama, y hasta se queja como tú cuando se acomoda recto entre las sábanas.
Llevas tiempo considerando separarte de él definitivamente, pero las concesiones, las
miradas sin tiempo, las risas, los bostezos y hasta las rabietas que ahora parecen molestas,
son en realidad cosas que has llegado a querer. Ya no te imaginas sin él. Las salidas a
caminar no son lo mismo cuando él no te acompaña, los castigos que lo mantienen
encerrado le muestran la otra realidad hasta que recapacita. Siempre lo hace, al final
siempre se reconcilia y te hace sentir frágil ante su sensibilidad.
La última visita al doctor, todo parecía en orden, solamente un par de manchas pequeñas en la zona del parietal que al parecer le causaron cierta preocupación. Pero él me dijo al oído que no temiera, que fuera valiente, si es que acaso la muerte nos llegaba a separar. Somos inseparables, le respondí con el aplomo y la certeza de quien conoce su tiempo. Nunca nos hemos separado, desde el día en que nos descubrimos, llegamos a ser como siameses que no pueden estar el uno sin el otro. Él ha llorado por mí y yo he llorado por él. Nos presentimos y nos sabemos aun sin vernos. Esta forma de vida no aparece en las bitácoras de investigación psiquiátrica de los seres humanos “normales”. Pero alguien me dijo alguna vez en una tienda, mientras yo compraba una corbata para él: “nunca te desdobles en público, ellos no pueden comprender lo que vivimos nosotros, por ejemplo, éste con el que hablas, no soy yo, es el que vive conmigo y me sigue a todas partes, es mi persecutor permanente, y estoy consciente de que no me dejará a menos que yo me desdoble y adquiera mi propia personalidad y juicio, mientras, tengo que tolerar que se haga pasar por mí…”
Es mi existencia la que me duele, porque sé que él es una prefiguración de la mía, de mí
respirar y de mi propia experiencia, es una réplica que me ayuda a someter el ego que me
asfixia desde que el sol aparece para calentarnos. Yo digo siempre que habito bajo una gran sombra que oscurece mi ser. ¿Alguien más podrá ver a través de mis ojos como lo hace él?
Estoy seguro que oculto entre la bruma de superioridades y complejos, está él o ella, como
una sombra benévola esperando el descenso del super Yo. Aguarda sin prisa la muerte
egocéntrica del hombre exterior, hasta mimetizar de manera más precisa lo que yo he
soñado ser.
Es probable que nunca más vuelva a ser lo que ahora soy, y tal vez él jamás regrese de esta separación, de la que, por cierto, aún no se entera. Es probable que desde ahora que me encuentro tendido en la plancha de lobotomías, mi existencia se reduzca a señales eléctricas sin otro propósito que el de investigar para qué sirve vivir…