Juan Carlos Rojo Carrascal
Mientras escribo esta columna, ya avanzada la noche, escucho a un grupo de infantes jugar a las escondidas en la calle. Hacía tiempo que no sentía mi calle así de animada y mucho menos con jóvenes que por lo general hoy acostumbran actividades más sedentarias. Este y muchos juegos más disfruté en mi infancia: El bote pateado (entonces no era fácil conseguir una lata), el bombardeo, el burro, rayuela; así como el futbol o beisbol siempre que hubiese algo parecido a una pelota. Eso sí, siempre en plena calle.
Crecí donde el espacio que más utilizamos para jugar era la calle frente a mi casa. Fue nuestro patio de juegos. Nunca hubo un incidente con los automóviles. Las piedras que poníamos de portería eran lo suficientemente bajas para que los vehículos pasaran y la baja frecuencia con la que lo hacían sumaba siempre a nuestro favor.
Hoy la calle ha cambiado. Solemos asociarla con peligro y la gente procura evitarle a sus hijos la tentación de salir a jugar a la calle. “Cuidado con los carros” es la advertencia más repetida. Deducimos que ellos estarán siempre “más seguros” en casa y para ello confeccionamos espacios en el hogar equipados con lo mínimo necesario para la diversión alrededor de una enorme pantalla y demás comodidades para convencer a los hijos de no salir a la calle. El pedagogo italiano Francesco Tonucci afirma que esto es una nueva forma de maltrato infantil y asegura que los niños y niñas requieren correr riesgos para crecer y madurar.
Un niño que no se cayó varias veces de una bici y no se raspó las rodillas, es un niño que al crecer ansiará las emociones fuertes y estará más expuesto a mayores peligros.
Este esquema se repite en las escuelas, donde los niños pasan horas sentados añorando la llegada del recreo para jugar, correr, socializar y así practicar su verdadera autonomía. Ni a la salida tienen oportunidad de caminar porque sus familiares llegan con el automóvil hasta la puerta obligando así a las autoridades de las escuelas a desarrollar una compleja logística para tener listos y a disposición a los hijos cuando el padre o la madre llega cómodamente en su automóvil. Ninguna logística es suficiente para la exigencia de los padres que no están dispuestos a perder tiempo, ni a caminar un paso. Esto sucede en las escuelas de todos los niveles, principalmente en las privadas y en menor escala (al alza) en las escuelas públicas.
Hemos transformado la calle y con ello le estamos negando a la infancia la posibilidad de desarrollar su autonomía. Esto limita considerablemente su madurez y hacemos que crezcan inseguros y con miedo. La solución está en la transformación de los entornos inmediatos a los niños, principalmente escuelas y barrios habitacionales. Tener niños y niñas jugando en la calle y caminando solos a la escuela son el mejor indicador de una ciudad saludable, lo que deriva en un futuro más prometedor.
Sigamos conversando: juancarlosrojo@uas.edu.mx