Sin abundar en filosofías complejas y siempre polémicas sobre lo que significa el espacio público urbano, quiero enfocarme en el que reconocemos en nuestras ciudades como ese espacio físico accesible a toda persona con igualdad de condiciones.

Las calles, las banquetas, los parques, las plazas, jardines y edificios de uso público conforman un todo: El espacio público urbano al que debemos mencionar en singular, porque es uno solo, todo conectado y accesible. Esto es el deber ser, aunque la realidad nos rebasa y nos enfrentamos en las ciudades con el espacio público transformado mayoritariamente para lo que pareciese ser el uso más importante: la movilidad de vehículos motorizados donde la seguridad de las personas pasa a segundo plano en importancia.

Lo explicaré de otra forma. Cuando hablo de las funciones del espacio público algo no encaja bien. La calle, el espacio destinado a la circulación de automóviles y todo vehículo motorizado parece tener ciertos privilegios, ya que, a pesar de que todo el sistema normativo a nivel nacional afirma que el peatón tiene prioridad ante los automóviles, en los hechos sigue siendo todo lo contrario.

El peatón tiene derecho de usar la calle, es decir, tiene derecho a cruzarla para pasar de una banqueta a otra y más aún, tiene el derecho de no correr peligro al hacerlo. Aquí ya se complica el tema. Los ciudadanos que suelen moverse siempre en automóvil consideran que el peatón debe cruzar solo por algunos lugares previamente indicados como las esquinas (cuando el semáforo está en rojo para los automovilistas) o por los pasos peatonales. Aún cumpliendo esa condicionante, hay muchos casos en que el peatón sigue corriendo peligro de cruzar la calle.

Cuando se dice “primero el peatón” como un privilegio ciudadano que afianza el derecho que tiene toda persona que camina para desplazarse en la ciudad; en los hechos se aplica que sí; primero pasa el peatón, aunque sólo por donde se le permite hacerlo, lo cual difumina aquel privilegio que parecía tener.

Tenemos, por un lado, el derecho del peatón de cruzar la calle por donde él decida, sin necesidad de hacer grandes recorridos para encontrar un “punto permitido” y por el otro lado, el deseo (no el derecho) del automovilista de circular por la calle sin tener que detenerse porque un peatón quiera cruzar. Ellos podrían alegar que son más, mientras que los peatones podrían decir que son los vulnerables en esta escena. Hasta ahora parece tener más importancia el tiempo de los motorizados que la seguridad de los “desmotorizados”.   

Lo cierto es que esta controversia urbana de “usos y derechos del espacio público urbano” en el papel, la ganan los peatones mientras que en la práctica los automovilistas siguen teniendo el poder. Ante esto, no debemos olvidar que un automóvil —estacionado o circulando— es un “espacio privado en movimiento” y cuanto más automóviles hay en la ciudad, más se “privatiza” el espacio público y más se deteriora el derecho de uso de la gente de a pie.

Sigamos conversando: juancarlosrojo@uas.edu.mx

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