AMBIENTE URBANO

Juan Carlos Rojo Carrascal

“Se borraron las pisadas, se apagaron los latidos, y con tanto ruido, no se oyó el ruido del mar”

Joaquín Sabina

"La contaminación acústica en las ciudades no solo es una molestia, sino también una amenaza para la salud pública"; así lo asegura Zsuzsanna Jakab, experta en salud pública y directora general Adjunta de la Organización Mundial de la Salud. 

En su libro Naturalmente Urbano, Gabi Martínez narra su pérdida de audición que padeció en uno de sus oídos luego de vivir más de cuarenta años en la ciudad de Barcelona, la ciudad donde medio millón de motocicletas que circulan diariamente hacen de ella la más ruidosa del mundo occidental. Gabi asegura que quienes vivimos en ciudades asimilamos el ruido excesivo como “un rumor natural”.

Afortunadamente, en Mérida ya existe la organización “Hagamos ruido contra el ruido” que alza la voz ante lo que podemos definir como “todo sonido molesto para el oído”: el ruido. Ese constante bullicio que interrumpe jornadas de trabajo, de estudio o que perturba un merecido descanso; ya sea por el tráfico vehicular, los constantes carros de sonido o de ambulancias con altísimo volumen de sirena o por la música en cantinas o restaurantes. La solución, costosa —y por tanto limitada a contadas familias— ha sido hermetizar las casas sin importar derrochar más energía mediante el uso (a veces innecesario) del aire acondicionado.

Te invito a que hagas, estimado lector, un ejercicio individual para que compruebes lo neutralizado que tenemos el sentido del oído. Cierra los ojos durante cinco minutos aproximadamente y trata de registrar todo lo que escuchas en ese lapso de tiempo. Descubrirás sonidos o ruidos que no percibías al no poner atención. También intenta distinguir cuáles sonidos son naturales (pájaros, agua, viento, etc.) y cuales son provocados por alguna máquina o instrumento (vehículos, televisiones, música, etc.). Esos “imperceptibles sonidos” merman nuestra salud “silenciosamente” tanto como la contaminación del aire o del agua. Por cierto, mientras escribo esto me resigno a soportar la práctica de batería que ofrece mi adolescente vecino desde la cochera de su casa.

Los sonidos del viento, de la lluvia, el canto de los pájaros, de los insectos o la risa de los infantes debiesen ser los que más se perciban en las calles de las ciudades. Tengo presente dos momentos de mi vida que no podré olvidar nunca: Uno fue al escuchar el vuelo de las mariposas en el Santuario de las mariposas monarcas y otro al escuchar los sonidos de miles de animales de la selva lacandona al pasar una noche en un pequeño hotel a la orilla del Río Usumacinta. Dormí excelente, por cierto. Fueron dos momentos sublimes que purificaron mi alma y me dieron esperanza de que aún tenemos capacidad de volver a conectarnos con la naturaleza a la que nunca debimos desplazar en las ciudades.

Sigamos conversando: juancarlosrojo@uas.edu.mx

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