La prisión de Saidnaya, ubicada al norte de Damasco, se ha convertido en uno de los símbolos más atroces del régimen de Bashar al Asad.
Desde el inicio del conflicto sirio en 2011, este centro penitenciario ha sido escenario de torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, dejando una huella indeleble de sufrimiento.
El control despiadado del régimen sirio
Saidnaya fue construida en los años 80, durante el mandato de Hafez al Asad, padre de Bashar. Inicialmente destinada a albergar prisioneros políticos, rápidamente se transformó en un centro de represión y control estatal.
A lo largo de los años, miles de opositores al régimen, incluidos miembros de grupos islamistas y activistas kurdos, fueron detenidos y sometidos a crueles abusos.
Ejecuciones masivas y crematorio en Saidnaya
A medida que la guerra civil avanzaba, las condiciones de la prisión se tornaron aún más inhumanas.
En 2017, Amnistía Internacional documentó miles de ejecuciones, mientras que la ONU calificó las acciones del gobierno sirio como crímenes de lesa humanidad. Además, surgieron informes sobre un "crematorio" en la prisión utilizado para destruir los cuerpos de los ejecutados, ocultando así las pruebas de las atrocidades cometidas.
Más de 30,000 personas perdieron la vida en Saidnaya entre 2011 y 2018, muchas de ellas víctimas de torturas extremas, falta de atención médica o hambre.
Las familias de los desaparecidos rara vez recibían certificados de defunción, a menos que pagaran sobornos exorbitantes.
Además, la ADMSP (Asociación de Detenidos y Desaparecidos de Saidnaya) ha denunciado la existencia de "cámaras de sal", donde los cadáveres de los ejecutados eran almacenados debido a la falta de refrigeración.
La liberación de los prisioneros y su impacto
Recientemente, los rebeldes sirios anunciaron la liberación de más de 4,000 prisioneros, algunos encarcelados desde los años 80.
Las imágenes de prisioneros demacrados, algunos incapaces de caminar, recorrieron el mundo, revelando las abominables condiciones de la prisión.
Aunque la prisión ha quedado vacía, la memoria de Saidnaya sigue siendo un recordatorio del horror que ha marcado a generaciones de sirios.