Francisco X. Diez Marina

La reciente cumbre del G20 en Brasil ha puesto de manifiesto, una vez más, la creciente fragmentación de las dinámicas globales; pues a pesar de las altas expectativas de encontrar soluciones a los desafíos más urgentes, el consenso alcanzado –entre los países que conforman el 90% del PIB mundial– resultó superficial y no abordó de manera efectiva las tensiones bélicas que, actualmente, dominan el escenario internacional.

El conflicto en Ucrania, en particular, se destacó como uno de los temas más divisivos, dejando una declaración final que dista de cumplir con las expectativas en cuanto a la consecución de un acuerdo sólido. Sin duda, el pronunciamiento sobre el conflicto, en gran parte redactado por el presidente anfitrión, Luiz Inácio Lula da Silva, fue deliberadamente ambiguo, limitándose a un llamado genérico a una “paz justa y duradera”, sin profundizar en las responsabilidades de Rusia ni en la necesidad de respetar la integridad territorial de Ucrania.

Sin embargo, este vacío diplomático no es sorprendente en el contexto de un G20 donde las potencias occidentales y las economías emergentes, han tenido que navegar sus diferencias en un mundo cada vez más polarizado. No obstante, mientras se da espacio a esta diplomacia tibia, las acciones en el campo de batalla no permiten lugar a la ambigüedad.

A mil días de la invasión rusa, la guerra en Ucrania ha experimentado una escalada significativa. El 19 de noviembre, Ucrania lanzó por primera vez misiles de largo alcance ATACMS, proporcionados por Estados Unidos, hacia territorio ruso. En respuesta, el Kremlin ha ajustado su postura, anunciando un endurecimiento de su doctrina nuclear ante la creciente incidencia de Occidente en el conflicto; y haciendo de las advertencias, una amenaza cada vez más tangible, no sólo en la retórica, sino también en la estrategia militar.

La situación se complica aún más con la creciente implicación de actores no europeos, como China que se perfila como un jugador clave en este nuevo orden mundial. Lo anterior, sumado al regreso de Donald Trump –con su enfoque aislacionista y su promesa de retirada de los compromisos multilaterales– añade más incertidumbre; ya que a diferencia de Biden, quien ha insistido en el apoyo a Ucrania como una cuestión de seguridad global, Trump podría inclinarse por una política de apaciguamiento hacia Moscú, lo que alteraría las dinámicas dentro del G20 y, más aún, la capacidad de Occidente para hacer frente a la agresión rusa.

En medio de este panorama, el G20 no ha logrado responder con la firmeza que la situación requiere. A medida que Ucrania avanza en su guerra de desgaste, buscando el respaldo militar necesario para asegurar una negociación de paz favorable, la comunidad internacional se enfrenta a un dilema. Sin embargo, lo cierto es que con cada día que pasa, las opciones para una solución pacífica se van estrechando, y el G20, como foro de cooperación internacional, parece estar perdiendo su capacidad para influir decisivamente en el curso de los acontecimientos.

Consultor y profesor universitario

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