Al caer la noche, Mérida se transformó en un escenario donde desaparece la frontera entre el mundo de los vivos y el de las ánimas.
A las ocho en punto, una procesión inicia su recorrido, saliendo de los antiguos muros del Cementerio General y avanzando lentamente hacia los parques de La Ermita de Santa Isabel y San Juan.
Miles de personas, algunas vestidas con trajes tradicionales, otras con rostros pintados como calaveras, marcharon a ritmo lento.
Desde el primer momento, la atmósfera fue envolvente. La música tradicional yucateca retumbaba, las velas titilaban y el incienso perfumaba el aire.
Doña Lolita, una mujer de avanzada edad, vestida con un elegante traje negro y un velo de encaje, compartió su emoción: “Cada año vengo a recordar a mis padres. Esta noche siento que están cerca, que nos acompañan en este recorrido”.
Los jóvenes tampoco se quedaron atrás. Una pareja joven Mateo y Amanda caracterizados como catrines alegres, confesaron: “Es una forma divertida de celebrar nuestras raíces y de conectar con nuestras tradiciones. Además, nos encanta desfilar por las calles y ver las caras de asombro de la gente”.
Don Pedro, un artesano local, explicó: “Cada altar cuenta una historia. Es una forma de expresar nuestro amor por los que ya no están con nosotros y de transmitir nuestras tradiciones a las nuevas generaciones”.
La caminata, que organizó el Ayuntamiento de Mérida, y encabezó la alcaldesa, Cecilia Patrón Laviada, representó la salida de las almas desde el inframundo hasta el mundo terrestre, registrando una cosmovisión maya que aún resuena en la vida moderna de la ciudad.
En cada esquina, en cada rincón, altares se levantaron con fotografías de seres queridos, coloridas flores y ofrendas como pib, pan de muerto, frutas y dulces típicos, creando un paisaje de respeto y memoria.
Las familias se acercaban, algunos ofrecían una oración silenciosa mientras otros aprovecharon para contar historias sobre quienes los dejaron y que, según la creencia, regresan en esta noche especial para compartir el tiempo con ellos.
Entre los puntos más concurridos, el túnel al inframundo destacó, una estructura efímera que simboliza el portal entre dos realidades.
Los visitantes cruzaban el túnel en completo silencio, rodeados de una penumbra cálida y la presencia de figuras que representan a las ánimas.
En el punto de velas, un mar de pequeñas luces reposa en el suelo, cada una encendida en honor a un ser querido. El ambiente se impregnó de solemnidad, y el susurro del viento acompañó el silencio respetuoso de los presentes.
Conforme avanzó la noche, el evento se convirtió en una muestra de la diversidad artística local.
Un ballet folclórico ofreció danzas en el parque de La Ermita, representando no solo la belleza de la vestimenta típica, sino también la cadencia y la elegancia de los bailes de la región.
Cerca de ahí, los cómicos locales arrancaron sonrisas con sus ocurrencias en un escenario improvisado, recordando el humor tradicional yucateco. El aire se llena de risas y aplausos, y las familias disfrutan del espectáculo.
Más adelante, un grupo de jóvenes ejecutó el juego de pelota maya, conocido como pok ta pok, en una explanada del Panteón Florido.
Entre la multitud, se escuchaban relatos mayas, contados por narradores que vestían atuendos tradicionales.
Esas historias conectan el pasado con el presente, y permiten a los jóvenes entender el valor de la tradición.
La diversidad de escenarios y actividades da espacio para que cada asistente encuentre un momento que le resuene de manera especial, ya sea frente a un altar en el cementerio o escuchando una canción de trova en el parque.
Al final de la noche, las velas se van apagando, y los participantes regresan a casa con el corazón lleno de recuerdos.