En Yucatán, el antropólogo Miguel Güémez Pineda advierte sobre la erosión de las tradiciones de finados, desplazadas por festividades que, según señala, obedecen más a intereses económicos que a la autenticidad cultural.
A juicio del experto, el Halloween y el hanal Pixán, con características que tildó de carnavalescas, han tomado el lugar de la forma original en que los yucatecos honraban a sus difuntos, derivando en una folclorización que responde a fines turísticos y comerciales.
En entrevista con 24 HORAS Yucatán, Miguel Güémez remonta la raíz de esta festividad al periodo de la conquista española, cuando los colonizadores trajeron consigo las celebraciones de Todos los Santos y los Fieles Difuntos.
Enfrentados a un proceso de asimilación forzada, explicó, los pueblos indígenas de Mesoamérica, incluidos los mayas, integraron nuevos elementos en sus rituales de despedida, aunque muchas de sus prácticas fueron reprimidas por la Iglesia, que las veía como idolatría.
Con el tiempo, continuó, las ofrendas que antes se depositaban en los cementerios migraron a los hogares en forma de altares domésticos, convirtiéndose en una tradición que persiste hasta hoy.
Sin embargo, el antropólogo puntualiza que la versión actual del Día de Muertos en Yucatán no tiene un origen prehispánico puro, como suele creerse. De hecho, su popularización comenzó en el altiplano central en el siglo XIX, cuando cronistas documentaron la costumbre indígena de colocar ofrendas en los cementerios, una práctica que contrastaba con la misa católica en las iglesias.
“La tradición adquirió tintes aún más distintivos con la incorporación de personajes como la Catrina, popularizados por los grabados de José Guadalupe Posada. En la década de 1940, intelectuales como Diego Rivera y Frida Kahlo, junto con el presidente Lázaro Cárdenas, impulsaron esta festividad, elevándola a símbolo de identidad nacional”.
Para Güémez, los gobiernos modernos han seguido esa misma pauta: apropiarse de las tradiciones, reconfigurarlas y devolverlas al pueblo, un proceso que él denomina “turistificación”.
Este fenómeno, expuso, se intensificó en Yucatán a partir de 1985, cuando el gobierno estatal organizó el primer concurso de altares en un intento por contrarrestar el auge del Halloween.
Posteriormente, en 1995, el Instituto de Cultura yucateco renombró la festividad como Hanal Pixán, adaptándola a la identidad maya de la región y consolidándola en eventos públicos, lo que, según el antropólogo, contribuyó a que la población perdiera el interés en las celebraciones tradicionales de finados en los hogares.
“Con el tiempo, la comunidad fue cediendo la práctica privada a las celebraciones organizadas por el gobierno; y hoy, muchas familias prefieren visitar las muestras de altares en plazas públicas, donde la tradición es presentada en un marco festivo, pero ajeno al respeto profundo de antaño”.
Esta nueva dinámica, consideró el investigador, ha hecho que, en algunas localidades, especialmente rurales, se abandonen las rezadoras, los altares y el rezo de las ánimas, actividades que durante siglos mantuvieron viva la conexión con los antepasados.
La influencia del Halloween, también arraigada en el estado desde mediados del siglo XX, ha desplazado en algunos casos el Hanal Pixán. Según Miguel Güémez, fue en la década de los 60 cuando esta celebración céltica, popularizada en Estados Unidos, comenzó a integrarse en las escuelas yucatecas, promoviendo un ambiente festivo que, para muchos, contrasta con la solemnidad de recordar a los muertos.
Así, en los pueblos del interior, algunas familias prefieren decorar sus altares en casa, aunque no siempre se mantiene la esencia de los finados tradicionales.
El antropólogo expresa cómo en muchas comunidades las nuevas generaciones muestran menor interés por el ritual original, que ha sido reemplazado por actividades “oficiales” más fáciles de acceder.
“El gobierno dicta cómo debemos celebrar, y la tradición se va perdiendo, pues la gente lo prefiere por comodidad o economía”, lamenta Güémez al señalar que esta pérdida de prácticas ancestrales afecta también a la identidad cultural de Yucatán.