Con un ramo de rosas entre sus manos y lágrimas corriendo por sus mejillas, Roder Poot Canché aguardaba en el puerto de abrigo de Chelem. Frente a ella, el horizonte ofrecía la primera señal de esperanza. El barco “Neldy”, remolcado por la embarcación “Tepakán III”, aparecía lentamente en el mar, transportando a su hijo, Cristian Chi, y a su compañero de tripulación, Sharbel Chi.

Ambos, junto con los marinos Guillermo Vera y Sergio Márquez, habían enfrentado la furia de la naturaleza en altamar, mientras el huracán Milton, de categoría 5, desataba su poder sobre el Golfo de México.

La espera había sido extenuante. Los familiares de los cuatro hombres del mar habían pasado horas de angustia, contando los minutos y segundos, sin recibir señales claras sobre el paradero de sus seres queridos. Las incertidumbres sobre su seguridad y la lenta respuesta de las autoridades solo alimentaban el temor.

La última comunicación que tuvieron fue cuando el capitán de “Neldy”, a las 18 horas del lunes, envió un llamado de auxilio. Habían quedado atrapados en la tormenta, a más de 22 millas al norte de San Bruno, mientras realizaban actividades pesqueras.

La titular de la Secretaría de Pesca y Acuacultura Sustentable (Sepasy) atribuyó la trágica situación a un “error de comunicación”. Esta situación condenó a los cuatro pescadores a luchar por sus vidas en un mar embravecido, sin ayuda inmediata a la vista.

Fueron los colegas de la tripulación, a bordo del “Tepakán III”, quienes finalmente respondieron al llamado de auxilio. La Secretaría de Marina (Semar) se vio impedida de lanzar una operación de búsqueda y rescate en medio de un huracán de esa magnitud.

Este argumento, sin embargo, no fue suficiente para apaciguar la indignación de los familiares de los marinos, quienes esperaban una respuesta más diligente por parte de las autoridades federales.

La llegada de la “Neldy” a puerto fue un momento cargado de emoción. A medida que la embarcación se acercaba, los familiares de los tripulantes, que habían soportado una interminable espera, estallaron en gritos de alegría y alivio. “¡Si se pudo, si se pudo!”, coreaban mientras el barco se dirigía hacia la orilla.

Cuando los cuatro marinos finalmente pisaron tierra, los abrazos y las lágrimas no se hicieron esperar. Era un momento de alivio y celebración, un testimonio de la fortaleza y pericia del capitán y su tripulación, quienes habían sobrevivido contra todo pronóstico a la furia del huracán. Sin embargo, en medio de la alegría, surgió una amarga queja.

Uno de los marinos, afectado por la experiencia, se acercó a los medios de comunicación que cubrían el rescate y lanzó una crítica contundente contra las autoridades federales. Denunció las omisiones y la lenta reacción de la Semar, acusándolos de poner en peligro la vida de su tripulación al no responder de inmediato a su llamado de socorro.

Esta denuncia pública prendió la chispa de un conato de zafarrancho, cuando otros familiares se sumaron a la crítica, exigiendo explicaciones y responsabilizando al gobierno por lo que consideraban una falta de compromiso con los pescadores de la región.

La tensión aumentó rápidamente, y las discusiones subieron de tono. No obstante, la intervención oportuna de la policía estatal logró evitar que la situación se desbordara. Los agentes se apresuraron a calmar los ánimos y a garantizar que la celebración del rescate no se viera opacada por confrontaciones más violentas.

El episodio, que en principio había sido de celebración, sirvió para poner de relieve las frustraciones y los desafíos que enfrentan los pescadores en Yucatán. Muchos de ellos, como la tripulación del “Neldy”, dependen del mar para su sustento, pero también enfrentan los riesgos inherentes a su oficio, agravados por la falta de coordinación por parte de las autoridades.

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