El 2 de octubre de 1968, el ejército mexicano, junto con el grupo paramilitar Batallón Olimpia, intervino de manera violenta en un mitin pacífico organizado por estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
Este trágico suceso, conocido como la Masacre de Tlatelolco, dejó una profunda cicatriz en la historia de México.
Contexto del Movimiento Estudiantil en 1968
Durante 1968, un año marcado por protestas globales, estudiantes mexicanos de diversas universidades, como la UNAM y el IPN, alzaron la voz exigiendo mayor libertad y respeto a los derechos civiles.
Las manifestaciones, que inicialmente se desarrollaron de forma pacífica, buscaban respuestas del gobierno federal, entonces encabezado por Gustavo Díaz Ordaz, a un pliego petitorio con demandas laborales y sociales.
Sin embargo, las tensiones entre los estudiantes y las autoridades se intensificaron, culminando en la tragedia del 2 de octubre, cuando el ejército y fuerzas paramilitares abrieron fuego contra los manifestantes desarmados.
La versión oficial y la realidad
Tras la masacre, los medios de comunicación controlados por el gobierno difundieron la versión de que los manifestantes habían iniciado los ataques.
Se afirmó que el número de muertos no superaba los 30, pero investigaciones posteriores revelaron que más de 400 personas podrían haber sido asesinadas en Tlatelolco.
Además, se intentó justificar la represión afirmando que el movimiento estudiantil estaba siendo influenciado por grupos comunistas extranjeros, algo que hasta hoy sigue siendo debatido.
El legado de la Masacre de Tlatelolco
Cada año, el 2 de octubre se conmemora con la frase “2 de octubre no se olvida”, un recordatorio del poder autoritario del Estado de entonces y de la valentía de los jóvenes que lucharon por un México más justo. El movimiento estudiantil de 1968 sigue siendo un punto de análisis para historiadores y sociólogos, quienes lo consideran un detonador de cambios profundos en la sociedad mexicana.
Fuente: https://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/239/mexico-68-un-legado-que-perdura