Más que centros de abasto, los mercados orgánicos de Mérida se han convertido en puntos de encuentro para comunidades locales y foráneas, donde se intercambian todo tipo de saberes y experiencias, y también se tejen amistades. Bajo la consigna de un comercio justo, estos escaparates han proliferado en los últimos años en la capital yucateca, ofreciendo una alternativa saludable y sustentable para el consumo de las familias.

En la colonia García Ginerés se instala cada sábado el sitio pionero de este movimiento que gana cada vez más popularidad gracias a factores como el crecimiento demográfico y la información disponible acerca de las bondades del consumo sostenible: el Mercado de la Tierra del Slow Food Yucatán.

Slow Food es una organización internacional y una de sus iniciativas son los llamados Mercados de la Tierra. Únicamente hay 80 en el mundo, y uno de ellos opera los sábados en Mérida desde hace 15 años, justamente a un costado del ex cine Colón.

“Bueno, limpio y justo” es la filosofía bajo la que se rige el mercado de Slow Food en Mérida, aseguró su directora, Yury Di Pasquale, entre las hileras de vendedores sobre cuyas mesas se despliega una colorida variedad de productos puros y transformados.

“Es una base de comidas. Tenemos productores y transformadores, todo es de origen local y producido -o transformado- dentro de Yucatán. Si alguien quiere vender café de Chiapas, por ejemplo, no es posible, solo aceptamos lo local”, explicó a 24 HORAS Yucatán.

Para formar parte del Mercado, que actualmente está integrado por 55 vendedores, todo productor y transformador precisa pasar por un riguroso proceso de verificación a fin de garantizar que sus insumos sean locales.

“También tenemos que ir a visitar sus cocinas para atestiguar cómo producen y, con esto, cerciorarnos de la higiene con la que los elaboran, que se basen en la filosofía del Slow Food y los requerimientos de Mercados de la Tierra”, expuso.

En el Mercado la oferta es vasta. Hay, por ejemplo, productores de carnes de Tizimín, pescadores de Celestún, cocineras de tamales, productores de huevos orgánicos y horticultores de diversas partes del estado cuya cosecha está libre de agroquímicos.

“En Slow Food no requerimos que los productos sean orgánicos, pero sí libres de agroquímicos, hormonas y antibióticos, y que no se use ningún tipo de pesticida o herbicida. Por eso verificamos ranchos, granjas y hortalizas”, sentenció Yury Di Pasquale.

La iniciativa, señaló, promueve, como su nombre indica, la comida “lenta”, es decir, lo opuesto a la comida rápida. En México, lamentó, hay mucha comida chatarra, pero todavía persiste la que se realiza de manera tradicional, que es la que buscan preservar.

“Tratamos de guardar las tradiciones de los procesos sin que sea algo rápido, lleno de colorantes y cosas artificiales. Muchas de las personas que acuden a nosotros padecen diferentes enfermedades y buscan opciones para mejorar su calidad de vida”, expresó.

Tal es el caso de la señora Silvia, quien camina entre los puestos con sendas bolsas ecológicas que contienen sus alimentos de la semana. Ella, contó, fue diagnosticada con cáncer de hígado, por lo que debe someterse a una estricta dieta que le permita seguir viviendo de forma digna.

“Fue mi doctora la que me sugirió abastecerme en este tipo de mercados, pues garantizan que nada de lo que venden tiene ‘porquerías’ que van a empeorar mi salud. Además, todo está muy bien preparado y a precios accesibles”, celebró.

No obstante, no todas las personas consideran accesibles los precios de este y otros mercados similares, pues al tratarse de un comercio justo tanto para productores como para vendedores, las ganancias deben ser equitativas por el trabajo realizado.

Al respecto, Di Pasquale reconoció que los costos podrían ser mayores a los que se encuentran en supermercados, donde la producción que comercializan se realiza en masa. No obstante, aclaró que son productos saludables “y es más caro enfermarse por no consumir buena calidad”.

Cuestionado sobre este mismo tema, el productor Pepe Navarrete reiteró que los precios que se ofrecen son justos, pero al ofrecer algo producido, por decir, de manera “artesanal”, les es imposible competir con los de las grandes cadenas que producen en masa y con agroquímicos.

Sobre los retos que enfrentan, señaló que la temporada vacacional es uno de ellos, pues varios de sus clientes habituales suelen regresar a sus ciudades de origen o establecerse en la costa yucateca, lo que merma su venta. Pese a lo anterior, “no se le queda nada”, pues lo que no se vende se destina al consumo de su familia.

Hay otros proyectos similares en Mérida, como el Mercadito Consciente en Francisco de Montejo, así como tiendas entre las que destacan Ya’axtal Ecotienda y Kuxtal Market. También hay iniciativas vecinales que buscan dotar a las familias de sus colonias con este tipo de productos, como ocurre en la colonia Miguel Alemán.

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