La reciente proyección de la CEPAL ha encendido las alarmas: México, que alguna vez aspiró a un crecimiento económico del 2.5% para 2024, ahora enfrenta la cruda realidad de una estimación revisada a la baja del 1.9%. Este ajuste, más que un simple número, refleja las complejidades que marcarán el inicio del próximo sexenio, que si bien llega con la promesa de estabilidad, se enfrenta a un entorno económico global cada vez más incierto.

La CEPAL, en su informe más reciente, señala que el motor económico de México no sólo enfrenta desafíos internos, sino que también está siendo impactado por la desaceleración económica de Estados Unidos. Esta situación ha tenido un efecto directo en la economía mexicana, estrechamente vinculada a las cadenas de valor norteamericanas. Y aunque la relocalización de inversiones motivada por el nearshoring ha sido vista como una gran oportunidad, la realidad es que, hasta ahora, estos flujos de capital apenas alcanzan el 2% del PIB mexicano, una cifra que resulta insuficiente para impulsar un crecimiento sostenido –aseguran especialistas.

En ese sentido, el reto para la próxima administración no será menor. Lo anterior, toda vez que no sólo heredará un escenario de crecimiento debilitado, sino también las secuelas de una política fiscal expansiva que, aunque necesaria para enfrentar los retos sociales y de infraestructura del país, ha dejado poco margen de maniobra en un entorno de alto endeudamiento y con una política monetaria que, aunque comienza a relajarse, sigue presionando al consumo y la inversión.

Las proyecciones para 2025 no son más alentadoras. Con un crecimiento esperado del 1.4%, se subraya la urgencia de diseñar políticas que permitan a nuestro país librar el bajo crecimiento. Sin embargo, éste no es un desafío exclusivo de México, sino de toda la región latinoamericana, que ha mostrado un crecimiento promedio del 0.9% en la última década, un desempeño que apenas supera la denominada “década perdida”.

En ese marco, la CEPAL sugiere que la clave para evitar una tercera década perdida radica en una serie de reformas estructurales que impulsen la diversificación y sofisticación de los sectores productivos, fomenten la innovación, y fortalezcan el capital humano. La próxima mandataria tendrá que enfrentar la doble tarea de consolidar los avances logrados por su predecesor, mientras busca nuevas vías para dinamizar la economía, todo ello en un contexto de creciente incertidumbre global y cambio climático, factores que se han convertido en determinantes clave del desempeño económico.

Frente a tales circunstancias, si bien dicha previsión no es catastrófica, sí nos coloca ante una realidad ineludible: el crecimiento económico de México estará marcado por un entorno adverso que requerirá de políticas innovadoras y una gestión económica prudente. La capacidad del Ejecutivo para navegar en estos desafíos será crucial no sólo para su legado, sino para el futuro económico de un país que, como toda América Latina, se encuentra en una encrucijada histórica.

Consultor y profesor universitario

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