En la era contemporánea, resulta desconcertante y preocupante que la violencia continúe normalizándose en la televisión y en las plataformas digitales, especialmente en programas de gran audiencia como “La Casa de los Famosos”.
Este reality show ha sido objeto de duras críticas en las redes sociales, donde se han evidenciado conductas problemáticas y discursos de odio, fomentados principalmente por el influencer Adrián Marcelo, en contra de algunas mujeres que están dentro de la casa, que afectan la salud mental de los participantes y perpetúan prácticas machistas que deberían ser erradicadas, no replicadas ni normalizadas.
El contenido del programa, a menudo marcado por discusiones acaloradas, comentarios despectivos y actitudes denigrantes, no solo perpetúa estereotipos negativos, sino que también contribuye a un ambiente de odio y desprecio.
Este tipo de representación es especialmente alarmante en un país donde, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 70.1% de las mujeres de 15 años y más han experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida.
- 51.6% de las mujeres han enfrentado violencia psicológica
- 34.7% han sido víctimas de violencia física
- 49.7% reportaron haber sufrido violencia sexual,
En lugar de abordar estas realidades con la seriedad que merecen, “La Casa de los Famosos” y programas similares a menudo trivializan el tema bajo el pretexto de “humor” o “entretenimiento”.
La violencia no es y nunca debería ser objeto de burla o entretenimiento. Esta representación distorsionada contribuye a la normalización de actitudes y comportamientos dañinos que afectan la vida de millones de personas.
Es imperativo cuestionarnos qué tipo de contenido consumimos y promovemos. Debemos ser conscientes del impacto que estos programas tienen en nuestra percepción y en la sociedad en general.
La ciudadanía merece mejores contenidos que fomenten el respeto, la igualdad y la empatía. Necesitamos medios que contribuyan positivamente al bienestar de la sociedad y que se alejen de la explotación de comportamientos destructivos para atraer audiencias.
La responsabilidad no solo recae en los productores y directores de estos programas, sino también en nosotros como espectadores, quienes debemos demandar contenidos que respeten y promuevan valores humanos fundamentales.
La verdadera diversión y el entretenimiento no deben ir en detrimento del respeto y la dignidad. Es hora de exigir una televisión que inspire, que eduque y que respete la integridad de todos los individuos.
Abraham Bote Tun