La reserva de Ruko, en el oeste de Kenia, fue creada con el objetivo de reintroducir jirafas en la zona pero, también, lograr que dos comunidades étnicas vivan en paz tras décadas de enfrentamientos.
A 140 km de Ruko, en el valle del Rift, un equipo de la agencia keniana de protección de la naturaleza [Kenya Wildlife Service, KWS) dirigido por un veterinario captura jirafas para trasladarlas a la reserva, cerca del lago Baringo.
Las persiguen en una camioneta, le disparan un dardo tranquilizante y las llevan atada a una granja en Sergoit, desde donde, tras un períodos de diez días de adaptación serán trasladadas hasta Ruko.
El próximo envío está listo y pronto ocho jirafas saldrán rumbo a Ruko.
Dos etnias locales, los Pokot y los Ilchamus, se enfrentaron durante décadas en la zona de la reserva, a veces con armas.
Pero el proyecto de reserva, impulsado por ancianos de ambas comunidades, busca ahora “garantizar la paz”, atrayendo turistas para generar ingresos y desarrollar esta árida región.
“Hace 20 años, Pokot e Ilchamus estaban enfrentados por el robo de ganado, que costó vidas. La gente se vio obligada a abandonar sus tierras. La zona se había convertido en un desierto, un campo de batalla para los bandidos”, recuerda la responsable de la reserva, Rebby Sebei.
– “Una sola comunidad” –
Douglas Longomo, un agricultor Pokot de 27 años, espera la llegada de las jirafas. Subraya que “llevó tiempo” convencer a algunas personas de la necesidad de poner fin a los combates para desarrollar el turismo.
“Ahora vivimos como una sola comunidad, podemos movernos libremente sin miedo”, sonríe Lomgomo, detallando que ambas comunidades están dispuestas a ocuparse de las jirafas “porque podemos sacarles beneficio”.
Desde la llegada de los primeros mamíferos en 2011, “nunca tuvimos problemas de caza furtiva”, añade satisfecha Rebby Sebei.
James Parkitore, un mecánico de 28 años y miembro de la comunidad Ilchamus, señala por su parte que espera que las jirafas creen empleo. “Creo [que el conflicto] ahora está detrás de nosotros porque tenemos interacciones”, opina.
Rebby Sebei asegura sin embargo que aún persisten algunos “pequeños conflictos”. Pero nada que “conduzca a la separación de ambas comunidades”, añade.
La reserva de Ruko, que en la actualidad alberga cerca de veinte jirafas, es una forma de proteger a estos animales, que en las últimas décadas han sufrido un declive debido a la reducción de su hábitat natural y a la caza ilegal.
Hay dos especies distintas, la jirafa de Rothschild y la jirafa masai. Juntarlas permite “observar cómo se reproducen”, señala Isaac Lekolool, uno de los responsables de los servicios veterinarios y de captura del KWS.
Rebby Sebei cree que esto es sólo el principio. “Reina la paz y tenemos que traer más jirafas”, sonríe.
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