En abril de 2024, en Winnipeg, Manitoba, la familia Harris y amigos se reúnen en el "Campamento Morgan" para erigir un tipi ceremonial en memoria de Morgan Harris y otras Mujeres Indígenas Desaparecidas y Asesinadas. La ceremonia tiene lugar mientras la comunidad reflexiona sobre años de desatención hacia los restos de mujeres indígenas, descartados como basura en el vertedero de Prairie Green, presuntamente por el asesino en serie Jeremy Skibick. (AFP)

Una montaña de basura barrida por el viento. Debajo, cadáveres. Durante dos años, en el centro de Canadá, los restos de mujeres nativas americanas se han estado pudriendo en un vertedero donde un asesino en serie las arrojó.

Morgan Harris, de 39 años, Marcedes Myran, de 26 y una mujer no identificada: violadas, asesinadas, descuartizadas y tiradas a la basura en Winnipeg. Sus familiares no han podido enterrarlas y su búsqueda aún no ha comenzado. El cuerpo de Rebecca Contois, de 24 años, que sufrió la misma suerte, fue hallado en un contenedor.

Este es el último capítulo de una larga historia de violencia contra las mujeres aborígenes en Canadá: a menudo blanco de asesinos y desprotegidas por las autoridades, a las que se acusa de prestar poca atención a estos casos.

Además, suelen ser “apartadas por todo el mundo”, afirma Elle Harris, de 19 años, miembro de la nación de Long Plain, que lleva trenzas y una falda tradicional. Su madre, Morgan, tuvo una vida problemática, cuenta. Pasó años sin hogar tras perder la custodia de sus cinco hijos por su adicción a las drogas. “Se la llevaron así, como si no pasara nada. Me hubiera gustado verla una vez más…”.

En abril de 2024, Gladys Radek, activista por las Mujeres Indígenas Desaparecidas y Asesinadas en Canadá, junto a Lorna Brown, visitan el lugar donde se encontraron los restos de Mary Jane Hill en 1978, en la Carretera 16, conocida como la “Carretera de las Lágrimas”, cerca de Terrace, Columbia Británica. Radek, de 69 años, relata cómo inició su viaje por el país para dar voz a estas mujeres y a sus familias, que han sido silenciadas. Su compromiso la lleva incluso fuera de Canadá, participando en conferencias y manifestaciones para concienciar sobre esta tragedia. (AFP)





Justo al lado del vertedero Prairie Green de Winnipeg, Elle Harris y su familia han instalado tipis, un fuego sagrado, vestidos rojos y una pancarta que pregunta: “¿Y si ésta fuera tu hija?”

Con frío, nieve y viento, llevan meses turnándose en este campamento improvisado “para ser visibles”, dice Harris, “para demostrar que no somos basura”. Pero también para poner en marcha las excavaciones. Hace tiempo que luchan por ello, alertando a los medios de comunicación, con manifestaciones e incluso una reunión con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau.

Finalmente se llegó a un acuerdo después de que Wab Kinew asumiera la jefatura de la provincia de Manitoba a finales de 2023, siendo la primera persona indígena en la historia del país en ocupar este tipo de cargo. Pero a medida que pasaban los meses, la basura se acumulaba, complicando la búsqueda.

Hubo que desenterrar toneladas de escombros. Una operación así entraña “riesgos considerables”, según informes de expertos independientes, sobre todo en términos de exposición a productos tóxicos como el amianto. Al final, podría llevar años y costar varios millones de dólares.

La familia de Morgan Harris ha jurado que no se moverá hasta tanto hayan sacado su cuerpo.

– “Historia devastadora” –

El asesino en serie Jeremy Skibicki, un agitador racista, tenía como objetivo específico a las mujeres aborígenes que conocía en los refugios para personas sin hogar, según explicaron los fiscales durante el juicio que comenzó a finales de abril. El veredicto está previsto para el 11 de julio.

En el momento de su detención, el entonces ministro de la Corona y Relaciones con los Aborígenes, Marc Miller, reconoció que el caso era “el legado de una historia devastadora que tiene repercusiones en la actualidad”.

“Nadie puede decir con seguridad que esto no volverá a ocurrir y creo que es una vergüenza”. Las mujeres aborígenes representan alrededor de una cuarta parte de las víctimas de feminicidio en Canadá, a pesar de conformar menos del 4% de la población femenina, según cifras oficiales.

Según estas estadísticas, tienen tres veces más probabilidades de ser asesinadas que las mujeres no aborígenes. La situación empeoró: a principios de los años 1980, las mujeres aborígenes representaban el 8% de las víctimas. Y aunque a menudo son víctimas de algún allegado o un vecino, tienen más probabilidades de ser asesinadas por un desconocido que las no indígenas.

En abril de 2024, una vista aérea muestra el vertedero Prairie Green en Stony Mountain, Manitoba, Canadá, donde se dice que están enterrados los cuerpos de mujeres asesinadas. La imagen revela una montaña de basura azotada por el viento, bajo la cual yacen los restos de mujeres indígenas descartadas, presuntamente víctimas del asesino en serie Jeremy Skibick. Morgan Harris y Marcedes Myran fueron violadas, asesinadas, desmembradas y arrojadas junto con la basura en Winnipeg, y las autoridades policiales indican que creen que sus cuerpos están sepultados profundamente en este vertedero. (AFP)

“Canadá es visto como un país que defiende los derechos humanos, pero está claro que algo falla”, afirma Hilda Anderson-Pyrz, una activista que lleva años defendiendo la causa de las mujeres aborígenes.

En 2019, tras dos años de investigación, una comisión nacional llegó a calificar de “genocidio” los miles de asesinatos y desapariciones de mujeres de los pueblos originarios de Canadá, como los dene, mohawk, ojibway, cree y algonquin, entre otros.

Aislamiento y marginación social, racismo, sexismo, prejuicios culturales: las mujeres indígenas se enfrentan a un nivel de violencia desproporcionadamente alto como consecuencia de “acciones e inacciones del Estado enraizadas en el colonialismo” y “una presunción de superioridad”, concluyó la comisión.

– “Autopista de las lágrimas” –

Los hijos pequeños de Marcedes Myran, otra de las víctimas de Skibicki, no entienden “por qué su madre está en un vertedero”.

“No sé qué decirles”, admite su bisabuela, Donna Bartlett, que los crió sola en su pequeña casa de un barrio periférico de Winnipeg.

Era una joven muy dulce, recuerda la matriarca, que no puede dejar de hablar de las travesuras de una niña a la que “le encantaba gastar bromas”.

“Sólo quiero recuperar un pedazo de ella para tenerlo con nosotros”, dice la mujer de 66 años, con el pelo largo teñido de rojo y la cara curtida. “Si hubiesen sido mujeres blancas, habrían buscado enseguida en el vertedero, eso es seguro”, afirma.

Contra este desprecio, contra este “racismo sistémico”, lucha desde hace años Gladys Radek, un poco más al oeste, en la “autopista de las lágrimas”.

A lo largo de esta franja perdida del norte de la Columbia Británica, la provincia de la costa del Pacífico, entre 40 y 50 mujeres -y algunos hombres- han desaparecido desde los años 1960.

El tramo de 725 km entre Prince Rupert, cerca de Alaska, y Prince George se ha convertido en el símbolo del feminicidio aborigen, la punta del iceberg. Pero es una realidad aún desconocida para la inmensa mayoría de los canadienses.

Lana Derrick, de 19 años, Alishia Germaine, de 15, Gloria Moody, de 26, Alberta Williams, de 24 y tantas otras: lo que suelen tener en común es que son jóvenes e indígenas. Muchas desaparecieron mientras hacían autostop o volvían a casa caminando por la autopista 16. Ninguna comunidad de la región se salvó.

Allí todo es espléndido y espectacular: las montañas nevadas, los inmensos árboles, el serpenteante río Skeena, las cascadas, la abundante fauna: zorros, osos, águilas…

Pero, periódicamente, los transeúntes tienen un recordatorio de la siniestra historia de la zona: a un lado de la carretera aparecen vestidos rojos clavados en postes, mensajes que prometen una recompensa por cualquier pista y viejas fotos de jovencitas con sonrisas deslumbrantes.

En Winnipeg, Manitoba, el 29 de abril de 2024, Donna Bartlett, de la Primera Nación Long Plains, sostiene un jarrón con el retrato de su nieta fallecida Marcedes Myran en su hogar. Myran y Morgan Harris fueron víctimas de violación, asesinato, desmembramiento y entierro en el vertedero Prairie Green por el presunto asesino en serie Jeremy Skibick. La policía cree que sus restos están profundamente sepultados allí. Este trágico caso es solo el último episodio en la larga historia de violencia contra las mujeres indígenas en Canadá. (Foto de Sebastien ST-JEAN / AFP)

© Agence France-Presse

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