Por Abraham Bote Tun
En un mundo donde la maternidad se presenta a menudo como la culminación suprema de la feminidad, muchas mujeres alzan su voz para desafiar este paradigma. A través de testimonios sinceros y reflexiones personales, se desvela una realidad materna lejos del discurso romántico y, en ocasiones, alienante que suele imperar en nuestra sociedad.
Las entrevistadas, cuyos nombres se han cambiado para proteger su privacidad, comparten historias que revelan la complejidad y los sacrificios inherentes a la maternidad. Laura, Leti, Alejandra y otras, representan un abanico de experiencias maternas, marcadas por la falta de planificación, el peso de las expectativas sociales y los desafíos económicos y emocionales que conlleva la crianza de hijos.
Desde temprana edad, muchas de estas mujeres se encontraron enfrentando un embarazo no planificado. La presión social, la falta de información y el estigma del aborto las llevaron a tomar decisiones que transformaron radicalmente sus vidas. Laura, por ejemplo, soñaba con ser maestra, pero la llegada temprana de sus hijos truncó sus planes académicos.
La maternidad, lejos de ser un amor a primera vista o una experiencia idílica, se presenta como una carga emocional y física constante.
“El instinto materno no existe… tampoco ser mamá es el mejor trabajo del mundo”, señala una de las madres.
Leti describe la preocupación incesante que acompaña a la crianza, mientras que Alejandra habla del instinto de supervivencia que la impulsa a proteger a su hijo en un mundo hostil.
Aquí algunos de sus testimonios:
“Estoy constantemente preocupada, ya no vuelves a estar tranquila, porque siempre hay algo de que preocuparse; en temas de salud, seguridad física, económica, emocional.”
“Tengo que cuidarlo porque está expuesto en este mundo que es malo.”
Sin embargo, más allá de los desafíos individuales, estas mujeres destacan la injusticia de un sistema que sigue penalizando a las madres. Señalan la doble moral que permite a los padres ausentarse sin ser juzgados, mientras que a ellas se les exige una dedicación absoluta.
Él puede no hacerse cargo y no recibe el mismo castigo social si yo decido un día irme de fiesta; puede no estar presente y no hay una repercusión social como la habría si yo fuera una madre ausente”.
Alejandra, por ejemplo, enfrenta críticas constantes por sus decisiones, mientras que el padre de su hijo apenas recibe reproches.
A través de estas historias, surge un llamado a la reflexión y la acción. Las mujeres instan a la sociedad a reconocer que la maternidad debe ser deseada y planificada, no impuesta por expectativas obsoletas o presiones sociales. Es hora de liberar a las mujeres del estigma y la culpa que rodea a la maternidad no deseada, y de apoyarlas en su derecho a vivir vidas plenas y auténticas.
En conclusión, estas voces valientes y honestas nos recuerdan que la maternidad no es un destino predeterminado, sino una elección que merece ser respetada y celebrada en todas sus formas y decisiones.