Jueves Santo, las cinco de la mañana en el valle de Mexicali, el cielo se tiñe de rojo mientras los tambores comienzan a resonar. Los Fariseos emergen de sus moradas y danzan frente a la capilla que alberga a Cristo. Ha dado inicio la celebración de la Semana Santa Yoreme en el Ejido Cuernavaca.
Los ancianos son los guardianes del saber ancestral, guiando a los danzantes en la tradición arraigada en Mexicali desde hace 104 años.
Esta tradición se remonta a 1608, cuando los Jesuitas evangelizaron las tierras de los grupos étnicos Yoreme, fusionando sus festividades y creando una identidad católica con marcadas influencias étnicas de las comunidades del Pacífico mexicano.
Sin embargo, esta tradición particular floreció junto con los migrantes que llegaron hasta Santa Rosalía en los años 20 y luego se establecieron en el Valle de Mexicali, forjando así su propia identidad cachanilla.
Las máscaras que portan los Fariseos representan demonios y monstruos, personificaciones de los pecados humanos y la maldad.
Ellos encabezan esta celebración que narra la entrega de Cristo, su pasión y posterior resurrección, culminando en la festividad de la Pascua.
Este evento es completamente autogestionado por las familias, sin apoyo de gobiernos o iglesias.
Requiere el esfuerzo conjunto de todo un año por parte de los participantes: desde aquellos que colaboran con el arrendamiento del terreno donde se lleva a cabo la celebración, los jóvenes que con dedicación elaboran las máscaras, hasta las “abuelas” que cocinan los platillos tradicionales para los participantes y espectadores.
Los danzantes del Venado, Pacolas, Matachines y Fariseos recorren las calles pidiendo cooperación para financiar la festividad. Cada individuo desempeña un papel crucial para llevar a cabo sus promesas y penitencias en esta gran celebración.
El domingo, tras una semana de fervor y devoción, Cristo emerge victorioso sobre el mal, resucitando y dando fin a la celebración de un grupo de familias que entrega su corazón para preservar viva la tradición que les fue legada en los genes.
Texto e imágenes: Víctor Medina Gorosave