Después de que la epidemia por Covid-19 cedió y empezó su descenso global en los últimos dos años, epidemiólogos, neumólogos y expertos en contaminación atmosférica, recomendaron intensificar los estudios post pandemia, principalmente, en las personas que padecieron la enfermedad y que viven en metrópolis con altos niveles de contaminación del aire. Diversas investigaciones han demostrado que el Covid-19 es potencialmente más grave, a corto y largo plazo, en esta población vulnerable y que está expuesta diariamente al aire de mala calidad, pues los contaminantes reducen la capacidad de respuesta del organismo frente al virus SARS-CoV-2.
Sin embargo, las autoridades de las metrópolis con altos niveles de contaminación atmosférica aún nos deben estos estudios, así como las nuevas normatividades que refuercen los controles de las fuentes contaminantes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta de que cada año a nivel mundial se registran 7 millones de muertes de personas por enfermedades cardiovasculares ictus (ataque cerebrovascular) y problemas pulmonares, como consecuencia de la contaminación del aire y su exposición prolongada.
Las altas concentraciones de ozono, partículas suspendidas menores a 10 y 2.5 micrómetros (PM 10 y PM 2.5), así como de compuestos orgánicos volátiles, entre otros, son la consecuencia de las infecciones respiratorias, incidencia de tumores en vías respiratorias, males cardíacos, derrames cerebrales, cáncer de pulmón y también incide en las mutaciones del material genético de los bebés, que se traduce en menor peso y talla al nacer. Además, en la gente vulnerable repercute con sobrepeso, obesidad y hasta diabetes.
Recientemente, el cáncer pulmonar ha encendido las alertas mundiales, ya que representa la principal causa de muerte, con una mortalidad de más de 1 millón y medio de enfermos al año. Y este tipo de padecimiento está vinculado a la contaminación por partículas PM 10 y PM 2.5, tal y como lo han comprobado investigadores de la UNAM y del Instituto Nacional de Cancerología (INCan).
En 2023, Miguel Santibáñez Andrade, académico de la Facultad de Ciencias de la UNAM e investigador en Ciencias Médicas del INCan, reveló que las PM 10 inducen estrés oxidativo, procesos inflamatorios, daño citotóxico y genotóxico, de este último, aseguró que el problema es la generación de inestabilidad genómica, la cual se caracteriza por un incremento en la presencia de alteraciones en la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN).
Los estudios de Santibáñez han demostrado que las partículas PM 10 tienen el potencial de actuar como un factor iniciador y promotor del proceso carcinogénico a largo plazo.
De acuerdo con la subdirectora de Investigación Básica del INCan, Claudia María García Cuéllar, entre los diferentes tipos de cáncer, el cáncer de pulmón ocupa el primer lugar, desplazando al cáncer de mama (debido a estrategias de detección y tratamiento oportuno), lo que implica un serio problema de salud.
Lo cuestionable es que las autoridades, en el caso de México, no han atendido este problema con la suficiente celeridad y han dejado que el problema se acumule. Simplemente, en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México seguimos con un programa Hoy No Circula obsoleto y un programa de verificación vehicular desarticulado y al mejor postor.
Y el falso nacionalismo energético, impulsado por el gobierno de López Obrador, sigue promoviendo la refinación de petróleo y deja atrás la transición para el uso de energías renovables. Es decir, la contaminación del aire continúa sin freno y silenciosamente a costa de la salud de la población.
Vale recordar que la propia OMS ha señalado que el 70% de los casos de cáncer pulmonar están asociados al tabaquismo, y el 30% a la mala calidad del aire, y en este último caso no hay detección y tratamiento oportuno.
Los trabajos científicos siguen enviando señales de los efectos dañinos de la mala calidad del aire en exposiciones prolongadas, como son los casos de las Zonas Metropolitanas de la Ciudad de México, Monterrey, Tijuana, Puebla y Guadalajara, entre otros, en donde la población lo ha enfrentado por años, y por eso los cuadros clínicos se multiplican llevando al límite a los servicios del sector salud.
Otro caso es el que presenta la investigadora del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, María Eugenia Gonsebatt Bonaparte, quien reveló que los bebés que nacen en la Ciudad de México tienen afectaciones en su material genético y pueden sufrir mutaciones por la contaminación atmosférica.
Gonsebatt Bonaparte realizó un estudio (entre 2014 y 2016 en conjunto con la UNAM y el Conacyt) en la alcaldía Iztapalapa con 300 mujeres y sus recién nacidos, con el objetivo de determinar que la exposición a los contaminantes en el aire por parte de las mamás llega a afectar también a los bebés, y la consecuencia es que al nacer tienen menor peso y talla.
Si bien este tipo de estudios ya se han realizado en otras ciudades de Estados Unidos, de Europa y Asia, con resultados similares a los hallados en la Ciudad de México, esto viene a comprobar que la quema de combustibles fósiles, la actividad industrial e incendios forestales generan partículas (PM-10 y PM-2.5, estas últimas las más peligrosas a la salud) que reaccionan con las células humanas.
Por ello es urgente la clausura de la refinería de Tula, Hidalgo, así como de la transformación de la obsoleta Termoeléctrica “Francisco Pérez Ríos” de la CFE, en Tula, la cual es alimentada por combustóleo. Ambas plantas son fuentes generadoras de alta contaminación por dióxido de azufre y por partículas PM 10 y PM 2.5. Sin duda un serio problema que sigue sin atacarse a fondo.